El cine iraní es mucho más complejo y rico de lo que los malos críticos suelen propalar. Este film es, en cierto sentido, un melodrama: la historia de una pareja que ha decidido encontrar una mejor vida fuera de Irán hasta que el marido se arrepiente –su padre tiene Alzheimer y no quiere dejarlo–, piden el divorcio y el Estado decide no concederlo. En el melodrama clásico, el rol de antagonista, de creador de todos los males eran las convenciones sociales. Aquí es el Estado iraní, que no termina de congeniar las libertades civiles con la infalibilidad de una jerarquía religiosa. La película narra, con absoluta precisión y limpieza, el calvario tanto político como familiar de estos personajes atrapados en una telaraña burocrática, sin perder de vista nunca las características de cada una de sus criaturas. No se trata de herramientas para el film de denuncia: si algo hace de “Una separación” un film interesante es que trasciende con mucho el lugar y la época que retratan. Lo que les pasa a estas dos personas es algo que puede suceder en cualquier parte, sin necesidad de que sea un estado opresivo el que lo desencadene. Lo que hace que el film se comunique con nosotros es que su relato nos toca de cerca, que cada uno de nosotros ha vivido una situación similar y que la lupa del cine nos permite verlo con una dimensión nueva. Una separación no deja de ser un buen cuento, y en esa característica se encuentra su mayor virtud.