En lo más íntimo
La ganadora del Oscar extranjero es un drama humano, con muchos puntos altos en su realización.
La sorpresa al término de La separación no es una. Son varias. Por un lado, el final, cómo el realizador Asghar Farhadi decide rematar su película. Mucho antes, cómo la historia, que parecía centrada en la separación del título entre Nader y Simin, se abre en otra disputa, la que el hombre tiene con una mujer que iba a cuidar a su padre con Alzheimer, y termina en un juicio. Otro juicio.
El término juicio engloba toda la película, que ganó primero el Oso de Oro en el Festival de Berlín, y en marzo se alzó con el Oscar a la mejor película hablada en idioma extranjero. Porque se trata de un relato cuyos temas troncales se enmarcan en sendos juicios, pero el director jamás juzga a sus personajes.
Simin quiere emigrar “por la situación” en la que se encuentra su país, Irán, junto a su esposo y su hija. Como Nader no quiere abandonar a su padre enfermo, el divorcio pareciera inevitable. El único camino. ¿Tiene razón Simin? ¿Quién es más egoísta en esta situación? Pero cuando un hecho totalmente desgraciado suceda, la unión, más que de la pareja, de hecho separada, de la familia, se pondrá en juego.
El cine de Farhadi está más cercano al del Mohsen Makhmalbaf que al de Abbas Kiarostami, a la hora de hablar de los referentes del cine iraní. No debe llamar la atención el premio de la Academia de Hollywood, ya que el relato no es meramente contemplativo, sino que tiene varios rasgos occidentales en su manera de narrar, de expresarse.
Al fin de cuentas, de lo que trata La separación es de verdades. Tal vez no absolutas, pero sí sinceras. Qué es capaz de admitir un ser humano cuando se ve apremiado en lo que más le duele. Cuánto peso tiene la hidalguía, el ser fiel a sí mismo, ante la posible pérdida de un vínculo, de una relación. De un afecto.
Farhadi deja planteados varios problemas existenciales en su filme. La mirada de Termeh (Sarina Farhadi, hija del realizador), la niña que prefiere quedarse con su padre antes que ir con su madre cuando ésta deja el hogar, es fundamental. ¿Qué es lo que quiere ella? ¿Alguien se lo preguntó? La película está contada desde esos momentos de decisiones imprescindibles, que nos forjan. Pero aquí cuenta, y pesa, el género, la religión, la clase social.
El nivel de las interpretaciones también es otro punto alto de la realización. No se puede quedar impasible ante el alegato de Simin, al que Leila Hatami le confiere todas sus entrañas. Y los vaivenes de Nader (Peyman Noadi), ante esa mirada de los otros, y de los suyos. Cómo lo íntimo se vuelve universal, cómo es imposible esconder lo que se lleva adentro. Todo eso hace de La separación una película inolvidable.