Atrapante cuadro de la condición humana
Dicen que fue Esquilo, en una de sus obras. Otros, que fue el senador Hiram Warren Johnson, en famoso alegato de 1917. Y que en 1928 la refinó el barón Arthur Ponsonby, un pacifista muy conocedor de las propagandas bélicas: «La primera víctima de una guerra es la verdad». Famosa frase que muchos citan y a pocos escarmienta.
La verdad, parece que la sacaron abreviando un texto del doctor Samuel Johnson de 1758: «Entre las calamidades de la guerra pueden enumerarse conjuntamente la disminución del amor a la verdad, las falsedades que los intereses dictan, y la credulidad que envalentona». Pues bien, probablemente el iraní Asghar Farhadi nunca haya leído al lejano griego ni a estos angloparlantes, pero sabe y nos muestra muy bien la muy cercana relación entre un divorcio y una guerra.
Así es como en este film vemos gente voluntariamente crédula, interesada, o tergiversadora, que omite mencionar ciertos detalles, acepta declarar versiones inexactas, tercamente insiste en entender las cosas de modo erróneo, y rebaja su propia autoexigencia moral. Solo una persona insiste en que le digan la verdad. Y esa persona no es el juez que entiende en la causa.
La historia empieza con un divorcio más o menos de mutuo acuerdo, y más que menos cargado de rencores y trampas afectivas. No se resuelve este asunto, cuando empiezan a sumarse otros problemas, a cargo de sucesivos personajes: la hija en común, el padre mentalmente inválido, la mujer contratada para cuidarlo, más supersticiosa que religiosa, el marido buscapleitos de esa mujer, resentido social, sus acreedores, en fin. Una cosa trae la otra, sumando confusiones y desgracias, para resolverlas se cae en falsedades, acusaciones y enojos, y lo singular es que cada uno tiene su parte de razón, y es muy difícil ponerse a favor o en contra de uno solo.
Pero a esa altura, advertimos que la separación matrimonial ha quedado apenas como una de las varias separaciones que aquí se presentan. Porque detrás de ese caso particular, ya de por sí bastante significativo, se ponen sobre el tapete varios conflictos de familia, de lealtad filial, de educación, de responsabilidad moral, de religión o laicismo, de clase baja contra la media, de sumisión o búsqueda de un futuro distinto, de todo un país cuyos miembros, en varios aspectos, están evidentemente separados entre sí, y además, por una u otra razón, separados del respeto a la verdad.
El asunto atrapa al espectador, no solo por lo bien que se armó, el nervio que tiene (aunque unos minutos menos lo hubieran favorecido), y el buen nivel de todo el elenco, sino además porque, solo a través de situaciones cotidianas, sin discurso alguno, se hace aquí un notable cuadro de la condición humana. Porque esto que vemos transcurre en Irán, y lo pinta desde adentro, pero bien puede pasar en cualquier otra parte. Será por eso, que viene ganando aplausos y comentarios en todo el mundo.
Dos detalles para interesados. Asghar Farhadi es el guionista de un film que compitió en Mar del Plata 2001, «Baja altura» (Ertefae Past), drama de acción donde una familia iraní secuestra un avión en vuelo, con la bonita Leila Hatami que ahora protagoniza «La separación». Y el director de fotografía es Mahmoud Kalari, hermosa persona cuyo lírico film «La nube y el sol naciente» ganó el Mar del Plata 98. Y otro detalle, solo para observadores: el guión de «La separación» es muy bueno, pero a cierta altura esconde una pequeña licencia argumental un tanto discutible. Bueno, tampoco el libreto respeta estrictamente su propia verdad.