Divorcio, mentiras y Ala
La película comienza en un juzgado, donde una pareja esta exponiendo su situación, ya que ella ha solicitado el divorcio, y no hay mutuo acuerdo. Simin (Laila Hatami) quiere dejar el país e instalarse en otra parte, porque cree que de esa forma va a poder brindarle mas oportunidades a su hija. Su esposo Nader (Peyman Moaadi) no está de acuerdo, quiere quedarse en Irán, porque su padre tiene alzheimer y debe cuidar de él.
Es imposible para la pareja llegar a un acuerdo, y a ella le es negado el divorcio que pidió. Aún así, la pareja se separa; ella va a vivir a casa de sus padres, y él se queda en el hogar de ambos cuidando a la hija del matrimonio, Termeh (Sarina Farhadi) -quien ha preferido quedarse con él-, y a su padre enfermo.
Nader contrata a Razieh (Sareh Bayat) para cuidar la casa y a su padre, mientras él no está. Ella va acompañada de su pequeña hija. La mujer es callada, sumisa, en extremo religiosa y siempre parece estar temiendo o escondiendo algo. Su hija la acompaña, recorre la casa, juega con lo que encuentra, y se convierte en espectadora de todo lo que sucede.
Un día Nader llega a casa con su hija, y encuentra a su padre atado a la cama e inconsciente. Cuando Razieh finalmente aparece, Nader le reclama por lo sucedido, discuten, ninguno de los dos entiende las explicaciones del otro, hasta que finalmente el hombre hecha a Razieh de su casa.
A partir de ahí, todos los personajes de esta historia se ven involucrados en una tormenta de mentiras, ataques, ofensas y defensas. Todo estalla en una tarde, en unos minutos, en una situación que nadie buscó, pero que se desencadena por varios motivos.
Desde el principio de este hecho, nadie dice la verdad, pero alguien acusa, entonces otro debe defenderse. Así queda expuesto lo peor y lo mas doloroso de cada uno. La soberbia de Nader, el miedo Razieh, el resentimiento de su esposo Hodjat (Shahab Hosseini) y en medio todo esto Simin ve la oportunidad de recuperar la custodia de su hija.
Mientras tanto, las niñas de ambos matrimonios son testigos involuntarias y víctimas de lo que sucede. Unos atacan, otros se defienden, luego los roles cambian, y los atacados se convierten en atacantes. Parece no haber certezas.
Es magistral el modo en que el director nos confunde, nos lleva de un lado a otro y no sabemos quien miente, quien dice la verdad, o que sería lo mas justo. Nunca toma posición, si no que nos aporta todos los elementos para que nosotros tomemos la nuestra.
Mientras recorremos las excusas, explicaciones, y mentiras de todos, vamos cambiando de idea varias veces, siempre hay dudas, tenemos la sensación de que algo sigue ahí escondido, y no lo sabremos hasta el final, cuando todas nuestras suposiciones y conceptos previos, se irán desarmando de a poco.
Aquí nadie es malo, y nadie es bueno, porque todos harán lo necesario para poder salir limpios de esta situación, que acorrala a todos, hasta que la verdad va apareciendo de a pedazos.
Si no fuera por el contexto dramático y religioso, esta sería una excelente película de misterio, pero sabemos que no es esa la idea. Mientras tanto vemos el contraste de los matrimonios, uno pobre y extremadamente creyente, el otro de clase media, mas culto y progresista. Una mujer que teme a Alá y obedece a su marido, y otra que trabaja como profesora pero que paga un precio bastante alto por tratar de ser independiente. Un país donde el honor y la palabra tienen un peso muy importante y el sistema judicial tiene muchas falencias.
Los actores se transformaron en estos personajes complejos, que tienen sus razones para actuar así, para esconderse en el silencio, mantener una mentira o manipular a quien sea necesario, y lo hacen de manera creíble, cotidiana, nada maniqueísta.
La película es visualmente tan detallista como su guión, lo que ayuda a que la pieza sea coherente y completa, tanto conceptual como estéticamente.