Sin salida
Uno lee la sinopsis de La separación e incluso contempla el desarrollo de sus acontecimientos, y piensa en bofes sobrevalorados, estúpidos y manipulador, como Babel, Biutiful y Vidas cruzadas. En la trama del film iraní aparece también una situación terrible como disparador -un matrimonio y su joven hija en conflicto debido al Alzheimer que padece el padre del marido-, que se hace aún más compleja -el marido es denunciado por la cuidadora del padre de haber causado el aborto de su bebé al haberla supuestamente empujado por la escalera-. Las acciones que van realizando subsiguientemente los personajes no son precisamente virtuosas. Y sin embargo, esta película es totalmente diferente a las antes mencionadas.
En La separación no hay una manipulación por parte de los realizadores, no se coloca a los protagonistas de forma deliberada en determinados escenarios en pos de comprobar una tesis. Es cierto que la mirada que transmite el film no es precisamente optimista, sino todo lo contrario. Pero no se fuerza lo que se está contando, no se juzga a los personajes, no hay presente un regodeo en las miserias. Es más, el distanciamiento, la ausencia de bajadas de línea y el tono medido que caracterizan a la narración terminan explicitando muchísimos más elementos de los esperados. De ahí van surgiendo diversas lecciones, de esas que escapan a lo pretencioso y vacuo, y que en verdad vuelven a evidenciar el valor del cine en relación al mundo.
La primera lección es sobre cómo el sistema judicial y penal iraní (aunque esto se puede extrapolar hacia todos los sistemas judiciales-penales) es incapaz de comprender las particularidades de cada caso, y lo único que posee como respuesta es el castigo, la indiferencia y la insensibilidad. Como si nunca hubiera existido espíritu alguno en la ley, o un propósito humanitario y social, todo se ha convertido en una maquinaria laberíntica, donde no se vislumbra ningún tipo de salida constructiva.
La segunda lección es sobre el lenguaje y sus interpretaciones. Estamos hablando de todo tipo de lenguajes, con sus distintos modos y configuraciones. Todo el film es un tratado sobre lo que se ve, se escucha y se dice, sobre los momentos y lugares en que eso ocurre, las razones y motivaciones. La separación resignifica y le da un nuevo impulso al subgenéro de las películas de juicio, ya que cada frase, cada mirada, cada hecho adquieren una potencia inusitada, tensionando todo el relato.
La tercera lección es sobre la vertiente íntima y familiar, los vínculos de lealtad entre padre e hija, entre marido y esposa, entre padre e hijo. La historia avanza a fuerza de paradojas: lo que no se dice, tiene estatus de palabra, lo que no se ve, es imagen. El pudor, esa cualidad que atraviesa a todas las sociedades, pero que en una sociedad como la iraní, tan marcada por la lectura del Corán, es piedra fundacional, es también fundamental en toda la trama, en los cuerpos y las líneas de contacto de los personajes.
La última lección es sobre el cine iraní y su vínculo con el mundo, en especial con Hollywood. La separación fue premiada con el Oscar a mejor película extranjera en la útima entrega, caracterizada por la obviedad, mediocridad y sobrevaloración de los galardones. La distinción puede ser vista como un mensaje político, más teniendo en cuenta que el film es una velada crítica hacia los límites y barreras del régimen comandado por Mahmoud Ahmadineyad, pero no se queda ahí. Es que esta obra posee muchos más méritos, asociados a lo estrictamente cinematográfico, pues escapa al prejuicio que se puede tener sobre el cine iraní –con esas escenas donde no pasa nada durante demasiado tiempo para el que está acostumbrado a los rápidos cambios de planos y la multiplicidad de diálogos- sin resignar inteligencia y precisión. La cinta tiene un ritmo endiablado, sin tregua y toma los mejores elementos del cine estadounidense. Si no demoramos un segundo en criticar a la Academia por eludir la originalidad y el riesgo casi como norma, no está tampoco de más el resaltar la justicia de laurear a un film como este.
La separación es demoledora y asfixiante, cruda y laberíntica, pero no arbitraria y cruel con sus protagonistas y el espectador, con lo que se emparenta con otros dramas como La noche del Sr. Lazarescu o El laberinto. Refleja con precisión y responsabilidad un lugar del mundo, un instante en la vida, recuperando el valor del cine como dispositivo sensible y humano.