Una mujer fuera de contexto, caminando por el desierto vestida de fiesta, de largo y con tacos, como si se hubiese teletransportado hasta ahí. Francisca Acosta está escapando de algo: no sabe hacia dónde se dirige, pero sí adónde no quiere volver. Este deambular sin destino claro empieza como una huida y se va transformando en un viaje espiritual.
A Emilia Attias le tocó la difícil tarea de interpretar a esta mujer de pocas palabras y honda desesperación. Sólo nos iremos enterando de quién es a través de sus recuerdos sonoros -la tormentosa evocación de discusiones con su pareja y representante- y esa suerte de diálogos interiores con la espectral presencia de Not (Adriana Salonia), su relacionista pública y community manager. En esa figura está simbolizado todo lo que Fran rechaza: la frivolidad de la fama, el ansia de acumular likes y seguidores en las redes sociales, el esfuerzo de aparentar éxito y felicidad semana tras semana.
Filmada en Catamarca, esa provincia tan bella como secreta, lo mejor de La sequía es la fotografía de Diego Gachassin. Esos magníficos escenarios naturales, tan poco aprovechados por el cine argentino, lucen aún más en sus tomas de colores saturados. Es el marco ideal para que transcurra esta historia onírica, con apariciones fantásticas tanto el cielo como en la tierra. Un paisaje casi marciano para que esta estrella de televisión transite su camino de autodescubrimiento.
Los estereotipados personajes que se va cruzando en su periplo de tres días reafirman su voluntad de alejarse de las luces de la celebridad y acercarse a una vida más trascendente, en contacto con sus deseos más profundos, de una solemnidad acorde a la de esta película.