La Sequía: riqueza visual y simbólica al servicio de una narrativa inusual
La vida moderna está plagada de distracciones tecnológicas y mandatos asfixiantes que nos pueden alejar de lo esencial. La mente necesita tanto oxigeno como nuestros pulmones para poder ver dicha esencia con mayor claridad, pero el pasaje de lo difuso a lo enfocado puede ser críptico, y a lo mejor esa es la búsqueda que se propone La Sequía.
Un camino que lleva lejos, pero hacia adentro
El personaje de Emilia Attias se llama Fran, mientras que el personaje de Adriana Salonia se llama Not. Como decir, en inglés, Not Fran. No es Fran. No es la Fran que desea ser. Es su espejo opuesto, un mandinga reminiscente de aquel visto en Nazareno Cruz y el Lobo, de Leonardo Favio.
Cuando Attias y Salonia comparten escena, casi siempre es en planos sin cortes, como si el ser esencialmente la misma persona remueve o desciende la posibilidad de un plano contraplano.
Se reconoce el pasado de la protagonista y mucho del incidente incitador a través del sonido. Habitualmente para acompañar los paisajes en destacados colores saturados, con planos donde el movimiento de la protagonista es rápido pero se siente lento, eterno, como el teleobjetivo de El Graduado de Mike Nichols. Un detalle que por momentos sabe ponernos en contexto, pero en otros termina volviéndose cansino.
Sin embargo hay que reconocer que su composición posee riqueza, en particular los planos cenitales donde la mística de la trama asume sus puntos de giro más feroces, y los planos generales para aprovechar la riqueza de los paisajes catamarqueños.
El vestuario también es una herramienta utilizada para mostrar la evolución del personaje de Attias. En cuanto a tono de color empieza como uno de contrastes, pero luego se alinea con el paisaje. Una adaptación que su alter ego asume parcialmente sin abandonar del todo al negro que lo caracteriza.
Por el costado actoral, la película descansa en los hombros y, más precisamente, la riqueza expresiva de Emilia Attias. Adriana Salonia, como su mandinguesco alter ego, presenta una exageración que tiene sentido por representar físicamente el conflicto, aquella superficialidad que la protagonista quiere dejar atrás en este viaje místico.
Por desafiante que pueda parecer su ritmo narrativo, no se le puede achacar a La Sequía que no está contando nada. ¿Su simbolismo parece estar exigiendo demasiado? Podemos decir eso, pero también presenta claridad de ideas; y si se tiene eso, difícil que el espectador se pierda.
No obstante, en este viaje místico la escena de la peluquería está de más. Si la idea es manifestar físicamente la fama de la que la protagonista desea escapar, las voces en off, el personaje de Adriana Salonia, y la caridad de la chica de la casa de ropa ya lo explican con mucha claridad. Lejos está del ánimo de esta crítica cuestionar por qué este ejemplo caricaturesco de cholulismo debe estar aquí, pero el verlo se siente como que sobreexplica algo que ya era claro desde el vamos.