Las sirenas no son criaturas muy revisitadas por el cine de género. Sus apariciones cinematográficas, de hecho, se sitúan mayormente en el campo de la comedia, representadas como criaturas benévolas que sufren por amor. La sirena, del director ruso Svyatoslav Podgaevskiy, quien nos había traído La novia en 2017, se sitúa en la vereda de enfrente pero, a pesar de esta vuelta de tuerca, no logra un producto destacable.
Roman está en la víspera de su boda. Lo conocemos en un entrenamiento de natación y enseguida tenemos la información fundamental para seguir el curso de la trama: su padre le cedió una casa del lago, donde festejará su despedida de soltero. Y si, en medio del jolgorio una jovencita se aparece en el muelle, pidiéndole que lo bese. Este acto, que luego no recuerda si en efecto sucedió, deriva en la obsesión de la sirena con él, intentando arrastrarlo al fondo del lago y provocando alucinaciones, visiones y terror en su Marina, su prometida.
La trama deja de lado la causalidad para dedicarse a sumar hechos arbitrarios que tampoco se molesta en explicar demasiado y, como si esto fuera poco, cada vez que tiene que explayarse en algo recurre al cliché: vínculos llenos de recelo, secretos familiares y revelaciones que funcionarían como tal si no fueran previsibles.
En el apartado visual no aporta nada nuevo, igual en este punto no se le puede exigir nada: el 98% de las películas tampoco lo hace. Si es cierto (no seamos haters) que el hecho de incluir las prácticas de natación al comienzo y algunas secuencias donde el agua es central en otros ámbitos dan cuenta de una especie de búsqueda simbólica en referencia al elemento…pero eso, que termina diluyéndose, ya lo hemos visto, con mejores resultados, en Mortal Kombat.
Si quieren ver una película que no deja mucho, no se preocupa en construirse con coherencia ni en generar climas pero intenta indagar, de alguna manera, en el poco explorado mundo de las sirenas, a modo de curiosidad, véanla. Capaz con pochoclo se les pasa rápido.