No soy seguidor de Disney. Puedo paladear otros productos de la compañía – Pixar, Marvel, Star Wars – pero no me pidan que reseñe los grandes clásicos del gigante del ratón, los cuales considero que son melodramas monumentales (¡Púm!; ¡chau, mamá de Bambi!). Los he visto alguna vez allá lejos y hace tiempo – en mi infancia era el standard de entretenimiento infantil – pero después decidí no volver a visitarlos nunca más. Cuando Disney comenzó su renacimiento en 1989 con La Sirenita – luego de un par de décadas de filmes animados y live action mediocres -, no la ví ni siquiera con la llegada de mi nena. Me tentaron Hércules, Aladino y El Rey León y hasta ahí nomás. Es por eso que a muchas remakes live action de clásicos Disney de las últimas tres décadas llego virgen. Aladdin con Will Smith me gustó mucho mas de lo que pensé, Mowgli me pareció muy buena, El Rey León resultó innecesaria. De más está decir que poco mas que me obligué a ver la última versión de La Sirenita.
Más allá de la polémica sobre una morena con rastas rojas como Ariel (mas sobre eso en un momento), el filme increíblemente funciona. Al parecer sacaron cosas, pusieron otras nuevas, retocaron la historia para darle más profundidad (¡chiste fácil, ya que hablamos de sirenas!… el fondo del mar… eh, ustedes me entienden), no sabría decir exactamente las diferencias y cómo pesan en el resultado final. Yo no estoy en contra de la diversidad racial en los filmes – creo que Disney hace bien en mandar mensajes de tolerancia, igualdad y convivencia en un país tan partido al medio con el racismo como es USA -, pero a veces a estos chicos se les va la mano. Primero al ver que Tritón es el españolísimo Javier Bardem y su hija una morena caribeña… pero, como hay siete mares, hay seis hermanas mas y todas ellas (cada una representando a un océano distinto) son diferentes: latinas, africanas, asiáticas… con lo cual si Bardem siempre estuvo casado con la misma mujer, sus cuernos deben ser tan grandes como dos antenas para celulares. Aún el más bien intencionado mensaje de tolerancia choca con la realidad genética / estadística / biológica y, lo que para los niños es una galería de chicas bonitas de todas las razas, a los adultos de la platea les da un pie para todo tipo de malos pensamientos. Eso es lo absurdo de llevar un mensaje woke a los últimos extremos – como la temible serie de superhéroes Naomi donde una morena era adoptada por un asiático y una latina, o The Fosters con una pareja gay de una blanca y una morena adoptando un montón de pibes latinos; ¿en serio? -. ¿Por qué no adoptar una postura estilo Crazy Rich Asians o Ms. Marvel, explorando una sola cultura e incluso dándonos detalles fascinantes de otro tipo de sociedad, creencias, religiones, etc?. Hubieran puesto a Djimon Hounsou de rey Tritón, hubieran hecho que todas las hijas fueran morenas y la cosa era muchísimo más coherente. Yo creo que cualquier rol puede ser interpretado por cualquier actor de cualquier raza, sexualidad o credo, y si las circunstancias no son creíbles históricamente, entonces hagan una adaptación – Rey Lear transcurre en Wakanda y está interpretada por morenos, o Macbeth transcurre en el Japón feudal -. Pero enloquecerse con los castings multirraciales / LGBT multitudinarios y a ciegas – quizás para hacer rabiar a Ron DeSantis o al señor del jopo amarillo – no siempre va de mano de la lógica.
La Sirenita arranca bien, es un show ok y Halle Bailey es simpática y canta joya. Sebastián parece salido de la tira de Bob Esponja y tenemos un pájaro pescador que puede hablar media hora bajo el agua sin respirar. Mientras todo eso es medio meh, las rotativas se paran cuando Melissa McCarthy entra en escena. La Bailey es buena pero ésta es la película de su vida para la McCarthy. No solo su Úrsula es la viva encarnación del dibujo animado sino que la diva se regodea con el papel y Rob Marshall le da los mejores planos. Verla cantar y contonearse con sus enormes tentáculos fosforescentes es magnífico y vale el precio de la entrada. Rebosa maldad, se relame con sus complots, canta a todo lo que da y se roba cada escena donde aparece. Una nominación al Oscar por aquí, por favor.
El resto funciona muy bien – siguiendo con el casting multirracial, ahora el príncipe era un náufrago blanco adoptado por una reina negra con un primer ministro indio -. El príncipe no es un bobo, tiene su costado interesante y la química con la Bailey es buena. Las canciones suenan lindo – aunque la única que conozco, “Bajo el Mar”, me suena mas floja que la versión animada al menos en coreografía y shock visual (digo después de ver la secuencia varias veces en YouTube durante años) – y hay un par de temas extras anónimos by Lin-Manuel Miranda, autor sobrevalorado si los hay.
Aún con momentos ok, La Sirenita vale la pena como espectáculo familiar y porque la McCarthy se devora todo y hace historia. No es banal como La Bella y La Bestia live action, no se siente innecesaria. Quizás Rob Marshall sea el hombre indicado para las remakes Disney – aunque El Regreso de Mary Poppins solo me pareció pasable -, simplemente porque un hombre de Broadway tiene mayor sensibilidad artística que un mero tecnócrata especialista en CGI – como le pasó a Jon Favreau con El Rey León -. No se trata simplemente de regurgitar algo venerado sino de darle un plus para que tenga identidad propia… lo cual, afortunadamente, ocurre aquí.