No es una sorpresa, porque ya en Orquesta roja y Vuelo nocturno, dos documentales, Nicolás Herzog había demostrado manejar las herramientas del cine en pos de contar un relato. Y en éste que es su debut en el terreno de la ficción, todo aquello se vuelve a poner de manifiesto, y multiplica.
Es una película que es claramente un policial, pero se tiñe de western -no solamente por los acordes de la música de Matías Sorokin-.
Román Maidana (Lautaro Delgado) sale de prisión, por unos días, tras pasar ocho años tras las rejas. El reciente fallecimiento de su padre, que era policía, le permite contar con unos cuántos días y llegar a su pueblo. El, también un ex policía, tratará ordenar la casa para venderla “a unos chinos”.
Pero mientras esté en el pueblo, Román tendrá algunos encuentros, con personajes cercanos, vivos y tal vez ya fallecidos. Sin llegar a sentirse paranoico, hay asuntos que en el pasado -su pasado- no se han resuelto, y la desaparición de una joven, por la que muchos claman justicia, merodea la trama.
Lo primero que llama la atención en La sombra del gallo es el trabajo de la imagen. Tiene una luz, tanto en las escenas diurnas como en las muchas donde la oscuridad ocupa un protagonismo esencial. El director de fotografía Fernando Lorenzale ha logrado un estupendo trabajo.
Lautaro Delgado ya ha demostrado en varios largometrajes que lo suyo no es solamente interpretar marginales. Puede o no tener mucho texto, pero sabe cómo hacer sentir al espectador lo que le pasa sus personajes, y Herzog supo aprovecharlo y direccionarlo.
Lo mismo cabe para el resto del elenco, con un Claudio Rissi como siempre estupendo, más Rita Pauls y Diego Alonso.