Escuchamos, leemos y decimos muchas veces que las series de televisión trabajan para intentar parecerse cada vez más al cine. Aunque suponemos que salvo por casos excepcionalísimos esta tarea es meramente superficial, televisión y cinematografía son dos lenguajes diferentes en esencia, hoy nos encontramos frente a un nuevo padecimiento y es que cierto cine se parece más a una serie de televisión que una película en toda su dimensión.
Nicolás Herzog realizador de elogiada trayectoria expuesta en sus filmes documentales Orquesta roja y Vuelo nocturno llega a la pantalla con esta opera prima de ficción La sombra del gallo, un filme noir que se esfuerza en cruzar una serie de géneros –policial, western, thriller psicológico– más un cine de denuncia social, dejando como resultado un material bastante televisivo en su factura formal y endeble en su constructo narrativo.
La trama presenta la historia de un presidiario –ex policía– Román, encarnado por Lautaro Delgado, que ha cumplido 8 años de reclusión por la muerte de su padre. Ahora acaba de salir con un permiso transitorio para volver por un breve período a su pueblo. En el marco infernal y pueblerino de su casa familiar en Entre Rios, Román se reencuentra con sus vínculos más cercanos, y de manera misteriosa se le presenta el fantasma de un amor pasado que comienza a acecharlo en sus fantasías, su antigua novia, Angelica encarnada por Rita Pauls. A ese mix de estados alterados en los vive Román se le suma el descubrimiento de que en su pueblo se despliega una red de narcotráfico y trata de personas para su explotación sexual, oscuro territorio en el cual Román decide involucrarse para intentar desmantelar la trama siniestra que se esconde.
La relación que se hace explícita entre lo serial-televisivo que el filme presenta se da por diversos factores combinados, en primer lugar la elección estigmatizada del universo de lo marginal como modelo estereotípico del mundo carcelario y de lo periférico del universo pueblerino. La forzada mixtura de géneros de impacto que pasan de un realismo ya revisitado hasta el cansancio por el cine nacional hace más de una década, para unirlo al efectismo de las seudo psicosis y los traumas subjetivados. Estos dos tópicos ya se ven de manera recurrente en los formatos seriales policiales, tanto en series agotadas temáticamente sobre el mundo marginal como Apache y Puerta 7 por enunciar algunas recientes. Por otro lado la forzada yuxtaposición de mundos psicológicos subjetivos interviniendo lo real, se exhiben en una decena de policiales nórdicos previsibles y recurrentes hasta el cansancio. El agregado de cine de denuncia queda por lo tanto como un exceso que busca actualizar el tema del filme subiéndose a una coyuntura que narrada en estos términos interesa menos que lo que promete.
Formalmente hablando, y en eso consideremos que la dirección de fotografía es impecable en su factura, la estética no transmite una fuerza cinematográfica de tensión visual, ya que se ve un tratamiento de la imagen más cercano a True Detective, correcto pero plano, que a un filme policial oscuro y crudo de corte cinematográfico. Los steady cam permanentes generan una serie de planos flotantes de precisa prolijidad pero de absoluta previsibilidad narrativa, los fuera de campo claves en en el género policial y el thriller son escasos y nada disruptivos, sumados a un puñado de travellings semi circulares que parecen pertenecer a una serie mainstream de plataforma, pero no producen el efecto de “envolvernos” con ninguna emocionalidad.
Es inevitable reconocer que Angélica, encarnada por Rita Pauls, es una versión de idéntica semejanza a la del personaje de Adriana que la misma actriz encarnó en la serie Historia de un clan, incluso hay una escena en el filme en la que ella canta sola como en un susurro a capela, una marca icónica del personaje en la serie televisiva.
El trabajo actoral de Lautaro Delgado, Claudio Rissi y hasta la misma Pauls es digno de destacar por su elaboración en cada escena, aun cuando la construcción narrativa de los personajes no logre sustentar de manera visceral las escenas.
Por Victoria Leven