Tras algunas películas no del todo logradas como realizador de ficción –como El visitante y El camino, entre otras– y luego de una larga ausencia en la pantalla grande, Javier Olivera regresa con la que sin dudas es su mejor película: un documental honesto, personal, franco y sentido sobre su historia familiar, tomando como eje la tarea de un grupo de obreros que tiraron abajo la mansión que su familia tenía en la zona norte de la provincia de Buenos Aires en 2008.
El realizador de 46 años es hijo de Héctor Olivera, el célebre director de películas como La Patagonia rebelde y La noche de los lápices, entre muchas otras, pero aún más reconocido como productor, mediante su empresa Aries, de títulos como Tiempo de revancha y Plata dulce, así como de varias comedias populares, y producciones Clase B de “espadas y brujerías” para el mítico productor estadounidense Roger Corman, varias de las cuales también dirigió.
La “sombra” que da título al filme es, claro, la de su padre. Con una honestidad por momentos bastante brutal, mientras vemos escenas de la mansión familiar siendo destruida combinadas con momentos filmados en Super 8 (por Fernando Ayala, socio de su padre) en épocas de construcción de la casa y aparente armonía y felicidad familiar, Olivera va contando pedazos de su historia logrando a la vez ser personal y político. Es decir, hablar de algo íntimo como su historia de fracturas familiares (crisis económica, divorcios, etc.) que se vuelven universales porque implica también la caída en desgracia de una industria, de una forma tradicional de hacer cine en la Argentina y hasta de una cierta idea de país.
La sombraOlivera tiene también la inteligencia de dejar que las imágenes hablen por sí solas, agregando comentarios solo de vez en cuando y permitiendo que los objetos y la arquitectura, la potencia de las máquinas tirando paredes abajo de manera brutal, cuenten esa historia familiar de esplendor, grandeza y decadencia, que atraviesa momentos claves y duros de la historia argentina, siempre desde una visión muy personal: la de un hijo literalmente tapado por la sombra larga de su padre, el productor más famoso de la Argentina durante más de un cuarto de siglo.
A eso, Olivera le agrega un diseño musical y sonoro muy elaborado y creativo (aunque acaso excesivamente omnipresente) compuesto e interpretado por el artista Federico Zypce, y metáforas visuales o referencias al Xanadu de El ciudadano que deja en claro cuál es la metáfora central en la que se apoya el film: la idea de un hombre (su padre, en plan Charles Foster Kane) que se construyó a sí mismo, creó la mansión de sus sueños (en la que organizaba las fiestas más concurridas y buscadas de la farándula local en los años 60) y que, en el camino, perdió contacto con sus afectos, su historia, su personal Rosebud. La destrucción de esta suerte de Xanadú local es, claramente, la que marca el fin de esa época.
Como la reciente Un importante preestreno, de Santiago Calori, o la aún inédita Tras la pantalla, sobre el distribuidor Pascual Condito, La sombra es una evocación de la desaparición de una manera de hacer y vivir el cine, aunque en el caso de la de Olivera –que filmó la mejor de las tres– la mirada es más crítica y ambigua que nostálgica y sentimental. (Crítica publicada originalmente en Los Inrockuptibles)