La belleza de los paisajes, la capacidad interpretativa de los actores y las diferentes derivaciones que presenta una historia son las claves de funcionamiento.
La soñada es el nombre de la opera prima de Alejo Domínguez, un joven director que demuestra un gran talento para aprovechar lo que le es dado. La belleza de los paisajes del lugar, la capacidad interpretativa de los actores y las diferentes derivaciones que presenta una historia de estas características son algunos de los elementos que Domínguez explota al máximo.
El título hace referencia a la finca ubicada en La Cumbre, en la provincia de Córdoba, donde Victoria (Romina Ricci) se instala 20 días a terminar de manera maratónica un guion que ya ha cobrado pero que no ha podido concluir.
El contexto en el que este bloqueo creativo sucede no colabora: la relación con su expareja, un productor audiovisual que es, a su vez, su jefe, acaba de terminar. Deprimida por la situación y debiéndole un guion a su examante, decide aceptar la propuesta de éste de irse a una estancia propiedad de él ubicada en el valle de Punilla para intentar escribir.
Lo interesante del filme es la cristalización del proceso que atraviesa toda persona que vive de su creatividad y que debe, en algún momento, abrir las ventanas para dejar que sucedan cosas y se habilite el estado de creación, una invitación a la musa del caos para que inspire la pluma del que escribe.
Y así es como esta guionista que vive de inventar historias atraviesa momentos en los cuales lo onírico y lo fantasioso domina la narración y dotan al título del film de otros significados. El espectador no es dejado de lado, sino todo lo contrario: es convidado a participar de ese proceso tan íntimo, personal y caótico que es el de crear. Y participa de la transición de este personaje que va de una depresión y un bloque creativo a un estado de libertad, camino que varias veces pierde el rumbo pero que, una vez en él, no queda otra que atravesarlo.