Hermanos Detectives
Con olor a Oscar, La sospecha (Prisioners, 2013) estrena este jueves en Argentina. Primera incursión en la industria estadounidense del canadiense Denis Villeneuve, director de la aclamada Incendies (Incendies, 2010).
Día de acción de Gracias. Dos familias se reúnen para el festejo tradicional. Los adolescentes miran asténicamente televisión. Las nenas, cantan villancicos. La menor, Hannah, decide salir a buscar un viejo silbato perdido y olvidado. Su padre (Hugh Jackman) le insiste en que requiera la presencia y supervisión de su hermano mayor. Hannah desobedece, sale y desaparece.
La sospecha empieza con una oración. Un padre nuestro casi susurrado. En primer plano comienza a imponerse la punta de un cañón. A lo lejos, un venado. Silencio. Disparo. Así inaugura la película una cadena de ambiguos simbolismos religiosos. Dios da y Dios quita. Priva y provee al mismo tiempo subyugando el destino del hombre a una perversa y asimétrica ley de compensación. ¿Su propósito? Divino. ¿Voluntad? Incuestionable.
La película es un policial de una clase específica: Abducción. Y dentro de ese subgénero pertenece a otro incluso más delimitado: Abducción de menores. Como en Desapareció una noche (Gone Baby Gone, 2007) el conflicto emerge con el desvanecimiento súbito de un pequeño infante a plena luz del día. En La sospecha son dos las nenas secuestradas pero sin embargo, a grandes rasgos, la cinta comparte el diseño estructural de la ópera prima de Ben Affleck. Dos líneas de investigación, una oficial y otra al margen de la ley, se sostienen paralelamente con el objetivo común de hallar el paradero de los menores y capturar a quienes decidieron reducirlos a una vida en cautiverio. Son dos enfoques de búsqueda antagónicos, ya que representan la eterna disputa entre lo legal y lo legítimo. Entre lo accesible y lo necesario. A veces se complementan involuntariamente y a veces atentan entre sí. La sospecha trata también sobre eso; La devoción de un policía por su trabajo y la dedicación desinteresada hacia un ideal supremo y estático de justicia y sus márgenes de decencia y la desesperación de un padre que deviene obsesión. Estos conceptos se radicalizan con el correr de las horas (dos y media) y son llevados al extremo de más de una forma y en más de una oportunidad.
Destacar al ensamble de actores es un hincapié obligado y para nada redundante. Y es que tanto Hugh Jackman como Jake Gyllenhaal no gozan del prestigio que merecen. Jackman vuelve a ofrecer todos los matices interpretativos con los cuales supo enaltecer a Los Miserables (Les Misérables, 2012) y Gyllenhaal da clase con la composición austera e imperturbable de un oficial solitario de pueblo chico.
El misterio alrededor del crimen despliega sus momentos de algidez y tensión. Mientras la resolución se aproxima la predictibilidad parece sobrevolar los aires y sí, la conclusión a la historia no es descabellada, pero el punto fuerte de la película es otro. El proceso, el contenido, el camino, es profundamente inmersivo. La fotografía es fantástica. El sonido, muy adecuado. Este conjunto de colaboraciones exitosas intervienen siempre en los instantes justos y rescatan al argumento siempre que parece comenzar a languidecer.