Prisioneros del miedo
En la primera escena de La Sospecha, un joven apunta y con cierto atino mata a un venado de un escopetazo, su padre de inmediato lo palmea felicitándolo. En el regreso a casa, Keller (Hugh Jackman), el padre, le da un discurso acerca de estar siempre preparado ante las contingencias; de hecho, en el transcurso del metraje repite la frase: “Rezar para lo mejor, prepararse para lo peor”. Este nuevo film del canadiense Denis Villeneuve (Incendies) no pone el foco en una historia de cazador cazado, sino en una problemática que opera sobre el peor de los miedos: el secuestro y la desaparición de niños, frente a lo que ciertamente es muy difícil estar preparado.
El miedo no está en no saber qué sucedió sino en la idea de nunca saberlo. La Sospecha maneja varias puntas, siempre con la rienda corta para tirar de ella en los momentos en los que la alarma de lo confuso comienza a sonar. Si bien la investigación sobre la desaparición de dos niñas motoriza el relato, las acciones de las víctimas (los padres) son las que están bajo el microscopio de la moral. Esa pregunta tan genérica, acerca de qué hacer bajo una situación tan extraordinaria y angustiante, es la que se traza como correlato de una investigación a contrarreloj. Y precisamente, el tejido narrativo analiza la intervención policial, cuando en vez de ser parte de la solución se convierte, según la óptica del damnificado, en parte del problema. En ese instante Keller debe decidir. El director canadiense cuestiona sus resoluciones y actos posteriores, a partir de la determinación de torturar a un sospechoso al que apuntan todas las conjeturas alrededor del paradero de las niñas desaparecidas...