Malos padres
Con La sospecha se concreta el arribo del canadiense Denis Villeneuve a la maquinaria mainstream con un resultado aceptable desde el punto de vista de las concesiones que muchas veces requiere ponerse el sayo hollywoodense, aunque debe aclararse no con la contundencia que muchos podían esperar teniendo en cuenta sus antecedentes cinematográficos como la magistral Polytechnique (2009).
Enmarcado como un thriller mezclado de drama intimista, el relato se apoya en la clausura de la redención como vía de escape de las aberrantes conductas humanas que ponen en jaque valores morales cuando de situaciones límites se trata.
Ya desde Incendies (2010) Villeneuve tensaba las subtramas haciendo gala de un pulso narrativo asombroso para mantener un verosímil en el momento de cruzar personajes e historia pero en el caso particular de esta película, cuyo contexto responde a las reglas de pueblo chico, se nota el obstáculo desde el vamos porque ese verosímil pretende mantener aislada la trama secreta alrededor de la cual gira una sencilla historia de secuestro de una niña Anna Dover (Erin Gerasimovich) y su vecina Joy Birch (Kyla Drew Simmons) para escapar de la dialéctica del policial y sumergirse en la oscuridad de víctimas y victimarios.
Gracias a la ambigüedad de uno de los sospechosos que puede funcionar como chivo expiatorio para purgar culpas o bien como ese monstruo confeccionado a imagen y semejanza de las fantasías pueblerinas, el relato logra despojarse de una corriente unidireccional y convencional para bifurcar por diferentes senderos que tienen como principal protagonista a un padre desesperado Keller Dover (Hugh Jackman) dispuesto a hacer cualquier cosa para dar con el paradero de su pequeña pero también a escabullirse del acecho del detective Loki (Jake Gyllenhaal), representante de la ley y de los caminos tradicionales que respetan las reglas y que entorpecen las búsquedas en varias oportunidades.
La sospecha no recae en la confrontación de justicia por mano propia frente a la justicia institucional sino que trasciende esa barrera para detenerse sin juzgar en las acciones desesperadas pero humanas al fin evitando la trampa de lo religioso como faro dentro de la oscuridad. Es la culpa y la expiación lo que está presente en primer plano y la necesidad de venganza como parte del proceso en segundo plano.
No obstante, hay un problema insalvable que obedece a los puntos de vista que atraviesan este extenso derrotero de casi dos horas y media y que muestra de manera sutil pero detectable fallas a nivel guión. Por punto de vista me refiero exclusivamente a lo que ven y conocen los personajes involucrados en relación a lo que ve y conoce el espectador y en ese sentido por momentos La sospecha se pierde en su propio laberinto y para salir apela al recurso de la manipulación que derrumba la conexión entre las diferentes focalizaciones tanto internas como externas. Si bien este aspecto es visible en muchas ocasiones pasa desapercibido gracias al ritmo y el vértigo emocional que el realizador canadiense consigue por contar con actores que pueden transmitir intensidad como es el caso de Hugh Jackman o la contención de Paul Dano, sindicado como el principal sospechoso del secuestro.
Sin embargo, La sospecha es un thriller intenso, duro y muy por encima de la media hollywoodense que merece ese reconocimiento al menos por intentar con herramientas nobles sumergir al espectador en una carrera contra el tiempo y donde el enemigo parece estar más cerca a pesar de los velos morales que lo arropan.