¿Qué necesita una película para ser una gran película? Productos como La Sublevación demuestran que no son necesarias las grandes ambiciones, la ampulosidad, o el maximizar todo, simplemente tener algo, no se sabe qué, llámenle ángel, un toque distintivo, ese no se qué que las hace únicas.
No es necesario que sea perfecta, basta con dejar conforme al espectador, lograr un entretenimiento válido, y si se puede un buen mensaje, en este caso relacionado a la llamada Tercera edad. Temática que no es novedosa en el cine, la literatura, o la dramaturgia, pero a la que siempre parece que puede encontrársele otra vuelta de tuerca.
La acción se desarrolla en el Asilo Nuestra Señora de la Merced, un lugar en el que un grupo de ancianos está acostumbrados a su rutina diaria y al compañerismo que se desarrolla entre ellos como un microcosmos.
Un clima tranquilo que, por supuesto, se alterará por varios sucesos; primero la llegada de una nueva “interna” Alicia (Marilú Marini), una mujer que se dejó al abandono y llega al lugar para revolucionar todo, las hormonas principalmente; también una noticia que resuena por todos los medios sobre la posibilidad de un Mesías en el pueblo; y lo principal, y lo que da título al film, la partida durante un tiempo de la cuidadora permanente la cual es remplazada por su hijo, un déspota al cual el grupo de mayores se opondrá como sea.
Como es de esperarse La Sublevación es un film de argumento y realización simple, su director debutante, el brasileño Raphael Aguinaga, no pretende la sorpresa o el deslumbramiento, sino refugiarse en la calidez y la simpatía, y sí jugar un poco con el absurdo sin caer en la burla o la chabacanería.
También se cuenta con otro importantísimo as bajo la manga, un elenco renombrado y de lujo integrado por la mencionada Marini (más afín al teatro pero de estupenda interpretación), la siempre eficaz y talentosísima Lidia Catalano (a ver cuando un protagónico para esta hermosa mujer), Arturo Goetz, la adorable Nelly Prince, y Luís Margani mucho más que el Rulo de Mundo Grúa.
Todos componen personajes a su medida y conforman una armonía interna, entre ellos y de entrega a la historia, verdaderamente deliciosa; otra sería la película con otros actores.
La sublevación logra que, tengamos la edad que tengamos, se nos instale una sonrisa desde el principio y no la abandonemos, aún en los momentos dramáticos, que los hay y varios.
Otro apunte a favor es no quedarse en la simple moraleja sobre la vitalidad de la tercera edad, ya vista no hace mucho por ejemplo en Rigoletto en Apuros, sino adentrar un poco más, tocar límites de crítica social (sin meterse en terrenos farragosos), y hasta un toque bizarro y deliberadamente incoherente que le otorga luz propia.
En la simpleza de las cosas La Sublevación encuentra las armas para convertirse en una pequeña gran obra, puede que no quede perpetrada en la historia del cine, pero en estos momentos de cartelera anquilosada otorga un brío que no muchas películas actuales tienen, y eso de por sí, es un gran valor.