Entre el realismo mágico y lo fantástico
Hay algo de realismo mágico en “La Sublevación”. Los protagonistas son los residentes de un asilo cuya vida se ve dada vuelta por múltiples hechos en una corta cantidad de tiempo: se muere una amiga que vivía allí; la enfermera que siempre los cuida se va por unos días y deja a su malvado hijo –“El Brujo”- a cargo; y, para colmo, la noticia llega de que Jesús (Jesucristo) ha sido clonado y su clon desapareció. ¿Para qué? Para buscar la cura de una enfermedad. Más preguntas. ¿Cuánta paz hay verdaderamente en una comunidad de ancianos? ¿Hasta qué punto puede romperse?
Me tomo libertad con el uso de la palabra ‘comunidad’. Después de estos elementos fuera de lo común que colocan a la narración en un nivel cercano a lo fantástico, la comunidad es la clave principal de la película de Raphael Aguinaga. Hay un clima familiar entre estos viejitos que los acerca instantáneamente al espectador. Quizá no recordamos nombres, pero sí características puntuales: la amarreta, la dormilona, el don Juan, los loquitos recluidos. Una primera línea pone a jugar, con mucha diversión y soltura, a un grupo de amigos que disfrutan de sus días a todo color. Allí están la Norma de Lidia Catalano, la Dolores de Nelly Prince o el Pepe de Juan C. Galván. Por otro lado, el film despliega una subtrama romántica entre Arturo Goetz y Marilú Marini, mediada por el simpático Luis Margani. Si este lugar de la historia no excede su dosis dramática es porque la gestualidad de Goetz mantiene todo en su lugar. Su Juan estaba a un paso de ser un loco de remate, pero el fenomenal actor lo convierte en una criatura plausible.
Entre estas dos puntas se tironea “La Sublevación”: el drama desolador y verosímil, preciso; y el delirio cómico de lo inimaginable que sin embargo está sucediendo. Las escenas que vamos viendo desafían la credibilidad y aún así se perciben cercanas. Ese tironeo necesario, causa del equilibrio, es un elemento que estaba faltando el año pasado en “Topos”; fábula más corrida de la realidad, todavía más extrema aunque con un universo justificable dentro de sus parámetros, pero que terminaba descuidando por completo el elemento humano. Es importante la conexión con los personajes, y lo que logra “La Sublevación” es construir una pequeña gran comunidad, principalmente por lo memorable de sus criaturas.
El ritmo y las situaciones de la trama quedan ya sujetas a este acierto de construcción. Quizá hay que marcar que la abuela interpretada por Marilú Marini exagera su desconcierto con la vida y podría haber bajado un cambio, pero con estos viejitos hay tela para cortar rato largo. De repente se siente que no hay nada que no puedan hacer y que queremos verlos haciendo cualquier cosa. Dejarlos ir, soltarlos (y no hablo precisamente de muerte) porque toda película tiene un final, es una buena decisión una vez que estamos inmersos en ese mundo. El film nos compra desde las primeras -delirantes- escenas, con conversaciones a los gritos.
Una cuestión no menor es lo relativo al tratamiento de la tercera edad. Hay que encarar bien a los viejitos; con ternura y respeto. En muchas comedias este dato pasa desapercibido porque los abuelos suelen funcionar como una especie de descanso cómico, y se los muestra de forma extremadamente liberal o conservadora. Nadie cuestiona porque cumple otra función, pero es cierto que faltan films que le den el total protagonismo a los viejos, y que entiendan desde qué lugar hacerlo. “La sublevación” capta esto, y los actores disfrutan de interpretarlo, y se disfrutan entre ellos, y nosotros disfrutamos viéndolos trabajar. Es un disfrute al cubo