Los abuelos de la nada
Hay un puñado de sublevaciones que surcan el horizonte de esta película co producida entre Argentina, Brasil y aportes franceses, dirigida por el debutante carioca Raphael Aguinaga y que según palabras de su propio director y guionista formará parte de una trilogía: la de ir contra un orden establecido; la de la vitalidad frente al desánimo del espíritu y la de creer en épocas donde el nihilismo prevalece y todo atisbo de sacralidad se cuestiona o banaliza. Pero si a eso se le suma un registro muy en consonancia con la fábula y el protagonismo absoluto de un grupo de ancianos en un elenco de notables actores y actrices de renombre como Marilú Marini, Arturo Goetz, Lidia Catalano, Nelly Prince, Graciela Tenembaum y Juan Carlos Galván la expectativa es aún mayor.
La sublevación transcurre en la rutinaria vida de estos personajes abandonados a su suerte en un asilo de un pueblito de Buenos Aires –se filmó en locaciones de Bellavista-, aislados del mundanal ruido, de lo que pasa puertas hacia afuera, y solamente conectados con la realidad de vez en cuando por un televisor sintonizado en las noticias o una radio a pilas que debe ser compartida por todos.
La llegada de un nuevo huésped, Alicia (Marilú Marini), genera cierto movimiento en los habitantes de la casona, así como el arribo no deseado del déspota hijo de la dueña apodado La bruja (Pablo Lapadula) por su maltrato constante y su abuso de poder.
El relato se estructura por episodios y avanza por los carriles del humor despojado de todo cliché para representar a la ancianidad y elige tomar el camino del positivismo en lugar de resaltar aquellos aspectos negativos e inevitables de la tercera edad.
No obstante, cada personaje refleja alguno que otro conflicto ligado a la vejez como por ejemplo la soledad, el encierro, los achaques físicos y la desprotección a partir del abandono. A ese registro, que procura mantener el código de la fábula con la manifiesta intención de separarse del corte realista, se le debe agregar un nivel alegórico que resulta el aspecto menos logrado del film, sin que esto menoscabe la propuesta integral, que apela a la vitalidad del espíritu por encima de los contratiempos y resalta la importancia del amor como posible búsqueda al final del camino.
Un nutrido puñado de ideas atraviesa el microclima de La sublevación y el recurso de la ironía con vistas a una sutil crítica también, quizás no todas lleguen a destino pero las intenciones se notan, así como la posibilidad de escindirse por un segundo del planteo literal para aventurar algunas lecturas metafóricas relacionadas a la historia contemporánea argentina siempre bajo la tentación del título del film y las referencias a la sublevación de un grupo aislado de la realidad por un discurso dominante y dictatorial empuñado en la figura de un personaje apodado La bruja.
Seguramente su director Raphael Aguinaga no pensó en hacer esta película para hablarnos de la historia política argentina pero por sus características y teniendo en cuenta el elenco, las referencias tangueras y otras tantas -que vale la pena dejar en suspenso al espectador - La sublevación parece una película argentina.