Mientras tanto, en el asilo
La sublevación (2012) del director brasileño Raphael Aguinaga está muy lejos de relacionarse a un concepto político o histórico específico. Es más bien una fusión acertada de comedia y drama, cuyo argumento va mucho más allá de una simple visión sobre la tercera edad.
La tranquila vida de los abuelos del asilo La Milagrosa se ve afectada cuando su enfermera decide tomarse sus merecidas vacaciones y dejar en reemplazo a su hijo, un joven opresor al que los ancianos llaman “La Bruja”. Ellos harán hasta lo imposible para hacerle frente a este maltratador y es allí donde se dan las situaciones más alocadas.
El término “sublevación” hace referencia a la rebelión de una persona o grupo de personas contra una autoridad o poder establecido al que se niegan a seguir obedeciendo, utilizando la fuerza o las armas.
De tinte costumbrista, aunque también con toques bizarros, el film de Raphael Aguinaga es mucho más pacífico que aquello; es un claro reflejo de cómo un grupo de personas que atraviesan la tercera edad pueden hacer cosas realmente interesantes si se juntan con un mismo propósito. Y “El Brujo”, la figura de poder, constituye sólo una excusa para salir de la aburrida rutina de todos los días.
Aquí no hay críticas a un sistema político ni reclamos de ningún tipo. El director construye la figura de la vejez (y todo lo que ello implica) de un modo no lacrimógeno sino mediante un relato más liviano, aunque no carente de emotividad y profundidad.
Los simbolismos son su as bajo la manga y conforman un guión dinámico que no se encasilla en ningún género. Quizá ello sea lo más acertado del film: no precisa de reflexiones demasiado técnicas, pero a su vez son visibles los diferentes temas y subtemas que van incentivando el interés del espectador.
Con impecables actuaciones, La sublevación- que recuerda en ocasiones a Rigoletto en apuros (Quartet, 2012)- deja abierta cada historia de sus protagonistas y subraya el efectisismo de trabajar una temática “gastada” con ingenio.