¿Existe la suerte? ¿Cuánto se puede decir que influye en nuestra vida? ¿Es posible decodifcar el azar y ponerlo de nuestro lado? ¿Hay una matriz determinista en la existencia que llevamos, de carácter inmodificable?
Llega a salas argentinas, la nueva película de Daniel Burman, y todos estos cuestionamientos toman forma en ella. Si bien a primera vista, "La suerte en tus manos" parece ser una comedia romántica, lo cierto es que la curiosidad ontológica, está y atraviesa el film, de punta a punta. El envase puede ser visualmente atractivo, pero la cuestión es medular en la construcción del relato.
Burman es uno de los nombres fuertes del Nuevo Cine Argentino. Su fuerte, ya sabemos, es la caracterización de universos familiares cercanos, combinados con una ácida mirada sobre el judaismo (al menos en sus trabajos hasta 2005) y un sutil sentido del humor que funciona siempre como andamiaje de sus historias. Viene de un trabajo con fuerte repercusión como "Dos hermanos" (tremenda dupla Gasalla-Borges) y en esta oportunidad eligió asociarse con productores nuevos para tener mayor llegada. Este octavo opus de Burman, es el más cuidado en ese aspecto.
"La suerte en tus manos" es un film acerca de las segundas oportunidades, dice el director. Presenta un intersante conflicto principal, el de dos personas que están en su madurez y sienten la necesidad de replantearse su vida relacional, a la luz de resultados poco satisfactorios a todo nivel.
En los primeros minutos conocemos a Uriel (el músico y debutante Jorge Drexler), divorciado y con dos hijos, quien consulta a su urólogo y confidente (un gran Luis Brandoni), acerca de la necesidad de hacerse una vasectomía. El está viviendo una etapa plena de su soltería donde el sexo casual es protagonista, por lo que su preocupación mayor es no tener más hijos, ya que siente que "no quiere elegir más". Le va bien en su trabajo (una financiera) y además de ser papá el tiempo que puede (y como puede), tiene un hobby (bueno, más que eso no?) particular: juega al poker. Y se toma en serio su pasatiempo.
Gloria (Valeria Bertuccelli), regresa de Francia (falleció su padre), a arreglar unos papeles y resolver asuntos pendientes. Tiene novio galo, pero está en crisis: la verdad es que no tienen mucho que ver y la frialdad que reina en la pareja ya no le cierra a ninguno de los dos. El azar, en un casino de Rosario, la pondrá frente a un ex novio de su adolescencia que dejó huellas en su pasado: Uriel (quien participa en torneos de su juego favorito en dicho lugar). Los años han pasado, pero la atracción se encuentra intacta. Claro, el caballero es medio mitómano y eso le juega en contra, pero ahí estará el color de las mejores escenas de la película.
Ya no son chicos, tienen mucha años vividos y conocen sus límites y posibilidades: esto funciona como natural obstáculo para relacionarse. Burman elige mirar a sus personajes con ternura, los pinta inseguros, atropellados y conmovidos por lo que les pasa. El haberse encontrado pudo haber sido azar o no, pero la manera en que ellos resuelvan lo que les pasa, será exclusiva obra de sus decisiones... Y eso se ve claro, incluso desde la mesa misma donde se juega al poker...
Bertuccelli (una de las mejores actrices de la actualidad) entrega, una composición contenida pero sólida, llena de puentes invisibles que sostienen a Drexler, su compañero de aventuras. El intérprete hace un buen debut aunque se percibe cierta falta de química en la pareja. No importa, el director lo compensa con agudas observaciones sobre la masculinidad en crisis y divertidas notas sobre la renovación ideológica de algunos rabinos que tienen lo suyo!
El aporte de los secundarios (con una gran Norma Aleandro como la madre de Gloria, a la cabeza) es también importante para equilibrar la mano: no todos los naipes pueden estar en el mazo, pero la habilidad de los buenos jugadores es obtener lo máximo sin depender de la suerte...
Decididamente, uno de los trabajos más accesibles y directos de la filmografía de Burman: una película para pasarla bien, correcta, ideal para un sábado por la noche.