“Presenta la historia del más brillante y aclamado físico de nuestros tiempos, Stephen Hawking y su relación con Jane Wilde, una estudiante de arte de quien se enamoró en Cambridge en la década de 1960”. Está contado por ella, que escribió la novela que sirvió de base al film. Y eso explica por qué los grandes interrogantes que esa dificilísima relación amorosa plantea, han quedado desdibujadas por la evocación contemplativa y algo complaciente de una buena mujer que sostuvo (en todo el sentido de la palabra) a este sabio tan maltratado por su cuerpo. El film se ve con atención, es respetuoso y trata seriamente los muchos aspectos de una biografía tan llena de contrastes. No es lastimero ni trata de explotar la inexorable demolición física de Hawking. Pero hay delicadeza, a veces excesiva, a la hora de hablar de sexo, soledad y abandono. Porque hacía falta una mirada más profunda, saber más sobre su corazón y sus sueños, dejarnos asomar a la lucha feroz entre la inagotable cabeza y la frágil anatomía de un cosmólogo que parece haberse refugiado en el cielo al no encontrar aquí respuestas para su desesperación.
“La teoría del todo” exalta al sabio y al jefe de familia. Y es también una historia de amor, amenazada y sufrida, que pinta un cuadro humano y triste sobre un hombre tan inquieto y tan inmóvil, un genio que, a medida que se iba empequeñeciendo, lograba penetrar cada vez más en los misterios del cielo y del tiempo. Homenaje al incansable espíritu de un gigantesco luchador y conmovedora labor de Eddie Redmayne, candidato firme al Oscar por esta sobrecogedora actuación