Lo contrario de un fenómeno.
El cine, que mejora todo, ha mejorado también la historia de amor entre Stephen Hawking y Jane Wilde. Basta con comparar las fotografías de las personas reales con las de los actores caracterizados para suscribir a esta suposición. Al menos Jane debe sentirse más que agradecida de pasar al limbo cinematográfico en el cuerpo de Felicity Jones.
Claro que una cosa es mejorar la realidad y otra muy distinta tratar de quedar bien con cada uno de los implicados en la vida de los protagonistas, como parece ser la intención de La teoría del todo (un título que merecería una película más ambiciosa). Esos buenos modales narrativos, tan británicos, desactivan cada conflicto latente de esta pareja compuesta por un genio afectado por una progresiva degeneración muscular y una mujer inteligente y dispuesta a sacrificarse por el hombre que ama. Es cierto: no se esconden los problemas conyugales, familiares y sociales, pero se los muestra de un modo tan reticente y oblicuo que nunca alcanzan el volumen dramático suficiente.
A favor hay que decir que esta biografía matrimonial está contada desde un punto de vista ambiguo o ambivalente. Si bien es la versión de Jane (se basa en su libro de memorias Hacia el infinito Mi vida con Stephen Hawking), más de una vez el mundo es mostrado a través de los ojos miopes del propio Stephen. Esa mirada es lo más interesante de la narración de James Marsh (autor de un documental memorable sobre el equilibrista francés Philippe Petit).
Interesante porque tiene la propiedad de exponer un dogma básico del cine, el cual supone que existe una conexión directa entre imágenes concretas y pensamientos abstractos. Hay que agradecer que la ya refutada teoría de la asociación de ideas del empirismo siga vigente en las ficciones cinematográficas, porque de lo contrario no podríamos ver, por ejemplo, cómo de un pocillo de café surge una ecuación acerca del origen del tiempo o de la visión del fuego a través de un pulóver la noción de que cierta radiación tiene la propiedad de escapar de la fuerza gravitatoria de un agujero negro.
No hace falta decir que Hawking encarna dos figuras de la imaginación popular cuyo poder de atracción precede a Hollywood en por lo menos un siglo: el genio científico romántico y el fenómeno de feria. Sin embargo, la actuación de Eddie Redmayne, precisa hasta en los parpadeos, desvía la atención morbosa y la transfigura en la evidencia de que una persona no es ni su cuerpo ni su inteligencia sino su sensibilidad.