Mentes brillantes, películas normales
Esta semana se estrenan en Argentina dos biopics británicas basadas en sendos best-sellers y nominadas al Oscar a Mejor Película sobre científicos geniales (el matemático Alan Turing en el film de Tyldum, el físico Stephen Hawking en el de Marsh) que atravesaron muy complejas y extremas existencias. No solemos publicar aquí críticas conjuntas ni comparativas, pero haremos esta vez una excepción para analizar de paso una de las tendencias que desde hace años más les gustan a los votantes de la Academia de Hollywood.
Los puntos de contacto entre ambas películas son múltiples y exceden el marco de que El Código Enigma tenga 8 nominaciones al Oscar y La teoría del todo, 5. Un poco en broma (pero también un poco en serio) le decía hace unos días en Twitter a Axel Kuschevatzky que eran “casi la misma película”. Por supuesto, no en el sentido literal (son historias reales bien distintas) sino en su concepción y en sus búsquedas generales.
Para mi gusto, El Código Enigma está un par de escalones más arriba por varias razones: un guión más moderno a-la-Red social, una dirección y un montaje más sólidos, buenos personajes secundarios y un tono british más contenido a-lo-John Le Carré que remite a las recientes El topo o El hombre más buscado, mientras que La teoría del todo me resulta más de fórmula, más calculada para conmover, con actuaciones como la de Redmayne pensadas para ganar premios.
La épica íntima de Hawkins, con su deterioro físico, está puesta siempre en primer plano, mientras que la tragedia personal de Turing (quien poco después de haber descifrado el código de transmisiones usado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial fue perseguido y acusado de indecencia por sus relaciones homosexuales a principios de los años ’50) está trabajada de manera tangencial y explicada recién en los planos finales del film.
El noruego Tyldum (Cacería implacable) construye un thriller no exento de tensión y suspenso, en el que la disfuncionalidad afectiva del protagonista es un elemento –valga el juego de palabras– funcional a la trama. En La teoría del todo, Marsh (de buenos antecedentes como documentalista con títulos como Man on Wire y Project Nim) apuesta a una narración todavía más convencional y con picos emotivos demasiado subrayados.
Algo parecido ocurre con las interpretaciones: para mi gusto Cumberbatch (que casualmente ya había interpretado a Hawkins en un telefilm de 2004 para la BBC) resulta mucho más convincente que Redmayne, pero este tipo de actuaciones –con el show-off de la progresiva degradación motriz– son las que se quedan con los elogios y los reconocimientos.
Puede que El Código Enigma no sea una película extraordinaria (el tema, incluso, ya había sido reconstruido en Enigma, de Michael Apted, con Dougray Scott y Kate Winslet), pero si no estuviese en la carrera fuerte por el Oscar la apreciaríamos como una muy digna y convincente película. La teoría del todo, en cambio, es más demagógica, genera más llanto fácil, pero es sólo una película correcta. Ni más ni menos que eso.