Este es uno de esos típicos productos cinematográficos realizado para la obtención, por un lado, de la condescendencia del público y, por otro, la cosecha de la mayor cantidad de premios posibles.
Algunos frutos representativos de estas ideas brillantes no sólo logran esos objetivos, sino que paralelamente son merecidos, o sea, el concepto va de la mano de la manufactura.
No es este el caso.
Traslación del libro escrito por Jane Wilde, la primer mujer del científico Stephen Hawkins, el filme termina siendo sólo una reconstrucción de la historia de la pareja, donde es más importante la mirada de ella sobre la relación entre ambos que un racconto justificable de las ideas del científico, considerado como uno de los grandes genios de la actualidad.
Pero que la producción ni desarrolla ni confirma.
Solamente la expone como una teoría nombrada, con la propia retractación de Stephen, y sin comprobar.
Por lo que a la realización se lo puede definir como lo que es… “la historia de un amor como no hay otra igual”…
La historia comienza cuando Jane Wilde (Felicity Jones), una estudiante de arte que conoce a Sthephen Hawkins (Eddie Redmayne), de quien se enamora. Todo sucede en Cambridge, en la década de 1960.
Él es un cursante de física con atisbos de brillantes, pero holgazán, al tiempo de conocerse, a los 10 minutos de narración, se exponen los primeros problemas corporales del joven, a quien le diagnostican una enfermedad motoneuronal progresiva, una variante de esclerosis lateral amiotrófica, y le pronostican sólo dos años de vida.
Con 21 años de edad siente que la vida se acabo. Es Jane Wilde, según el guión, quien lo impulsa, lo desafía a luchar, en lo que a mi entender es la más lograda escena del filme, no por la actuación del candidato firme a ganar el premio “Oscar”, sino por la variedad de sentimientos encontrados que se exponen en el rostro de Felicity Jones.
Luego la película entra en un derrotero de lugares comunes, donde no se expone ni se arriesga nada, todo se basa en el “rigor mortis” del cuerpo del actor, acentuado por los excesivos “ralentis” que utiliza el director nada más que para remarcar el sufrimiento. Lo que determina una pobreza de guión alarmante, que acaba por producir demasiado hastío y aburrimiento, y no hablo de previsibilidad, pues la historia es bastante conocida.
De estructura clásica, con un diseño de montaje del mismo tenor, salvo el final… no hay ni siquiera otra búsqueda estética que la nombrada con un diseño de sonido sin mayores pretensiones de rupturas o en empleo narrativo, ya que sólo cumple con el oficio de instalarse en ese espacio donde ocurren las acciones.
La música, por supuesto, se presenta grandilocuente para generar empatia con la imagen y dar sensación de heroicidad, de estoicismo, pero en este caso es sólo música bien escrita y mejor ejecutada, nada más.
Sí se destacan en ésta producción la reconstrucción de época, el diseño de vestuario y la cuidada dirección de arte, pero estableciendo a la dirección de fotografía como correcta en su claro destino que se vea lo que están mostrando.
De esto se trata este género conocido como “biopic” que se sustenta en el embelesamiento que produce en el hombre medio a luchar contra la adversidad de los “grandes” hombres.
Dentro del rubro actuación se destacan la ya nombrada Felicity Jones, en un papel demasiado secundario por la categoría de la actriz y el personaje que representa, mucho más de lo que se da a entender el filme, también del actor británico actor David Thewils, y de Emily Watson, quien vio luz y entró, casi de taquito.
Claro que el “compromiso” corporal de Eddie Redmayne llama la atención, pero lo mismo se puede decir de Shane Johnson, personificando a Michael King en la producción de próximo estreno “Invocando el demonio”, y no por eso ser candidato a diversos premios, incluido el de la Academia de Hollywood.
Sin embargo, la performance del joven modelo y actor inglés hasta se la compara con la inolvidable actuación de Daniel Day Lewis en “Mi Pie Izquierdo” (1989), la gran diferencia es que él ya fue tres veces ganador del “Oscar”, y tiene más recursos expresivos e histriónicos en un ojo que Eddie Redmayer en todo su rostro, pero eso si, ¡qué bien sonríe!