La perspectiva de un todo.
La Teoría del Todo plantea, en principio, dos cuestiones atendibles. Su estructura narrativa la expone como la biopic de Stephen Hawking, desde su juventud en la universidad hasta su consagración como celebridad más allá de los límites del mundo científico. La otra cuestión es la mirada que se aborda, la de la ex mujer de Hawking, Jane Wilde (autora del libro en el que está basado este film), con quien estuvo casado más de dos décadas. Si bien la primera parte de la película de James Marsh se ocupa del pasaje de Hawking como estudiante de Cambridge y su ya promisorio futuro en las ciencias duras, la perspectiva cambia cuando aparece el personaje de Wilde. Sin caer en subjetivas burdas (ni formales ni narrativas), las situaciones cobran mayor presencia y fortaleza cuando la relación de ambos se impone por sobre los estudios y avances del científico, incluso los deterioros de su rara enfermedad -esclerosis lateral amiotrófica- aparecen para marcar golpes de efecto más que por decisiones dramáticas. Una excepción es la escena en la que el científico -ya en un estado de imposibilidad motriz total- ve a través de los puntos de la lana de un pullover a medio poner la luminosidad incandescente de la chimenea; un pequeño detalle que le permite finalizar una investigación.
Lamentablemente el director no volverá a usar el lenguaje cinematográfico en un sentido artístico para representar momentos luminosos de la vida de Hawking, que los ha tenido más allá de su terrible enfermedad, entre otros: la posibilidad de desarrollar una carrera, de convertirse en un científico de renombre mundial, conocer a una mujer que lo acompañó (incluso marginando su propia carrera) y que le dio tres hijos. La tensión, que nunca llega a consumarse del todo, parece querer inmiscuirse cuando un director de coro, amigo de Jane, se suma al círculo familiar para ayudar a la pobre mujer con la cotidianeidad. Este “té para tres” -en el que Hawking adopta una postura positiva porque ve en su mujer la dedicación absoluta a la familia y en especial a él- tiene su punto de no retorno luego de un episodio conocido del que el científico casi pierde la vida.
Las nominaciones al Oscar y la popularidad de Hawking como hombre, científico y personaje convierten a La Teoría del Todo en la típica película británica correcta, prolija y tallada sin rebeldía, como lo fue hace unos años El Discurso del Rey. Eddie Redmayne hace de su Stephen Hawking una mimesis casi exacta en lo corporal, favorecido también por un fisic du roll pertinente. La Teoría del Todo es fallida como retrato de la vida del más famoso científico contemporáneo por posar sus fuentes en un texto casi autobiográfico, poseedor -además- de una mirada particular desfavorable para esta empresa, pero más que nada porque desde la dirección casi no se intentó escaparle a los moldes prefabricados de un cine preocupado por la representación fidedigna de hechos y de personajes (como si eso fuera posible) que ignora una visión particular sin límites autoimpuestos.