Busco mi destino
En La tercera orilla (2014), la realizadora de Una Semana Solos (2007) y Escuela Normal (2012) lleva a su poética hacia un territorio más sólido y sensible. Su nuevo film aborda las decisiones que tomará Nicolás (Alian Devetac) frente a las acciones que ejecuta su padre (Daniel Veronese), capaces de anular sus deseos.
Nicolás es un muchacho que, a priori, tiene una vida cotidiana que no desentona con la de cualquier otro adolescente. Están sus amigos, la protección que le brinda a su hermano menor, y las salidas nocturnas con las que se distrae. Pero Nicolás tiene un padre presente a medias; la mayor parte del tiempo familiar lo vive con su otra familia, la “oficial”. Y aunque nadie en su ciudad lo señale con el dedo, es evidente que la mirada de los otros está ahí, presente.
Con apenas dos films previos de ficción, y un documental, Celina Murga construyó una filmografía concisa y (aunque suene demodé decirlo) “elegante”. La elegancia, si se nos permite la salvedad, pasa por el equilibrio entre forma y contenido. Las películas de Murga son transparentes, construyen un fluir que parece arrancado de la vida misma. Es por ello que Escuela Normal, el documental, parezca arrancado de alguna de sus ficciones; con los actores comportándose como personajes entrevistados.
Es evidente que la directora supo perfeccionar la fluidez y realismo naturalista de las secuencias, dejar “fluir” los momentos cotidianos y agudizar el sentido de observación para extraer la verdad del drama que nos ofrece. Al mismo tiempo, consigue evitar el melodrama y lo maniqueo. De esta forma, el padre es violento pero la violencia está retratada de forma sutil; Nicolás tiene una actitud pasiva pero comprenderemos que se gesta en su interior una resistencia y, por último, su madre puede llorar por su situación pero no dejar de ser seductora y aspirar a tomar las riendas cuando sea necesario.
La tercera orilla es también un relato formado con distintas espacialidades que aportan una mayor dimensión a los personajes. La clínica, la casa, el campo, el “afuera” nocturno; todos estos lugares amplían la mirada que el espectador construye sobre los personajes. Como drama social, el film todo el tiempo ubica al sujeto en un contexto preciso. El padre, como médico, remite a lo genético y a la clase media “respetada”. Pero al mismo tiempo, como hombre de campo, deja entrever esa determinación que muchas veces excede lo racional y tiene algo de primitivo.
La película de Murga respira cine, pero se nutre de la dramaturgia de Anton Chejov (por su intimismo) y de Henrik Ibsen (por la afinidad social). Por último, además de los méritos ya apuntados, se destaca una banda sonora presente pero no invasiva, el trabajo fotográfico (con una composición de cuadro que no margina los gestos y detalles) y una tríada actoral (Veronese, Gaby Ferrero, Devetac) que funciona durante todo el metraje.