Y me encendí de amor
¿A qué alude esa tercera orilla que da título a la nueva película de Celina Murga? Bien sabemos que cualquier caudal de agua sólo tiene dos. ¿Será la nominación de un lugar imposible? ¿Será la figura de ese hijo como resultado de un uno (madre/padre) más un dos (madre/padre) que unidos da un otro tercero? ¿Será la búsqueda de alguna síntesis? Seguro es eso y mucho más.
Un adolescente va cumpliendo con los mandatos paternos en una perfecta conjunción que lo depositará en un lugar que, claramente, a medida que avance el relato, comprenderemos no ha sido una elección. El padre al que responde es un doctor reconocido del “pueblo” que tiene dos familias en paralelo que a nadie le parece necesario tener que justificar o explicar. El ha decidido que ese hijo, fruto de la familia no oficial, sea “el heredero”: que estudie medicina, que trabaje en su clínica, que se encargue del campo familiar. Mientras, Nicolás cuida a sus hermanos -incluido el hermanastro-, y a su madre con un cariño incondicional y ocupando un rol que a veces demuestra otra manera de paternidad y en otras repite los mismos mecanismos que padece.
Murga construye un delicado y sutil relato que se basa en detalles y situaciones que no fuerzan el subrayado ni la explicitación. La misma cotidianeidad se vuelve acumulativa para sembrar esas pistas que conformarán las ulteriores razones para acceder al desenlace. Piezas de un rompecabezas que requieren la intervención activa del espectador.
Sociedades conservadoras, ideologías machistas, patriarcados míticos de un interior que jamás ha puesto en duda sus pilares constitutivos (¿cómo poner en cuestión algo natural?) se exhiben ante nuestros ojos con la mayor naturalidad mientras en paralelo crece en el joven protagonista un volcán imparable.
La directora vuelve a colocar su ojo y su cámara en determinada franja etaria (niños y jóvenes) de una sociedad del interior provincial (Entre Ríos) -algo que ya resulta una característica desde Ana y los otros, su interesante opera prima-, pero logrando a través de la pintura de la aldea propia la universalización de la historia.
Los logros de la película se alcanzan también por la elección de un reparto excepcional. A la cabeza del cual un director de teatro y dramaturgo reconocido como Daniel Veronese se vuelve toda una revelación en su debut actoral y Alián Devetac, sin antecedentes anteriores, consigue transmitir acertadamente todas las emociones por las que transita Nicolás.
Murga vuelve a demostrar que son las mujeres directoras (Martel, Puenzo, Cedrón, Seggiaro, Sarasola Day, Galardi, Menis, Oliveira Cézar, Carri) quienes más arriesgan y construyen una producción imprescindible para vigorizar el cine argentino.