Flotando sobre la Ciénaga
Hace aproximadamente 15 años, el cine argentino empezó a emitir un cambio en su manera de filmar. Hubo una manera de narrar diferente, una búsqueda formal, artística y temática que se asociaba – con mucha razón – al cine desolador de principios de los años 60, que al seudo cine de género de los 90. Entre el compromiso social y el experimento audiovisual nos encontramos con directores que transgredían las fronteras del star system televisivo y se animaban a poner no-actores delante de las pantallas, intérpretes marginales o salir a buscar artistas del teatro off. Estéticamente, podía interpretarse como un cine más primitivo, más salvaje.
Una de las obras paradigmas de esa etapa fue La Ciénaga de Lucrecia Martel. Una verdadera perfeccionista de la puesta en escena y la composición sonora, Martel se convirtió en un referente de ese “estilo” de narración. Su ambigüedad, distanciamiento y frialdad son parte de su estilo. Una directora que confía más en la creación de climas de tensión, antes que en la necesidad de contar una historia “trascendente”. Amada, odiada y envidiada por igual se le debe reconocer a Martel una búsqueda autoral, que al menos siempre despierta curiosidad.
Celina Murga, es una de las últimas discípulas de la generación original, que participó de este cambio. Mientras que varios de sus colegas, ya son nombres representantes de una seudo industria local, que trabajan con actores de una seudo start system – Trapero, Burman, Caetano – Murga prefiere seguir filmando como hace 15 años, en cambio. Aunque sus colegas, mantengan búsquedas formales, que aún los conserva como autores, pero aprovechan los recursos que tienen a mano para generan producciones más ambiciosas, Murga prefiere quedarse en su Entre Ríos natal, y narrar como si el tiempo no hubiese pasado, lo cual, en cierta forma significa una rebelión y al mismo tiempo una certificación de principios cinematográficos.
Acaso el apoyo brindado por Martin Scorsese en sus últimas obras, no significa que se le hayan ido los humos a la cabeza, y en cierta forma mantiene un perfil bajo.
Tras este preámbulo, metámonos de lleno en La Tercer Orilla. En principio, resalta que la realizadora entrerriana sigue manteniendo el foco en el universo púber y adolescente. Hay cierta coherencia en el crecimiento de los personajes de sus películas. El protagonista de esta obra está terminado el secundario y empezando a convertirse en un adulto. Sin embargo, el conflicto es claro. Su hogar es inestable: su padre es un confeso bígamo, tiene dos familias; divide su tiempo con sus dos esposas e intenta darle la misma atención a los vástagos que tuvo con ambas mujeres. Esta figura paternal, completamente autárquica es la gran sombra que atormenta al protagonista, un muchacho lacónico que pretende convertirse en médico para satisfacer los deseos de su padre.
Desde una estética casi costumbrista, la directora, incrementa la tensión interna del protagonista a medida que el relato avanza lentamente con la densidad que solicita el ambiente y el contexto pueblerino, donde viven los personajes. El odio, ante la hipocresía es evolutiva, la violencia es progresiva y por supuesto, en algún momento va a estallar.
Alejada de la empatía y el tono semi humorístico de sus primeras dos ficciones, Murga, se encasilla más cerca del melodrama familiar y el thriller. Acaso el paso intermedio por el género documental le ha brindado cierta madurez temática y narrativa. Sin embargo, algo se ve forzado, impostado en el tono de la película. Y sobretodo, algo se ve anticuado en su forma de exhibir el conflicto. Como si la directora en pos de no repetirse, termina imitando al modelo de Martel y el resultado final es ambigüo. No se siente cercano ni a ella ni al público. La cámara toma un distanciamiento a medias de los personajes, que por un lado consigue mostrarnos que al protagonista le sucede “algo” interno, pero por otro no podamos tener empatía con el mismo. El laconismo y austeridad del actor Alián Devetac es contraproducente. En algunas escenas, su postura corporal y actitudes son convincentes, por momentos parecen forzadas. Un intérprete irregular, cuyo amateurismo contrasta con el de Daniel Veronese, su padre en la ficción, que pese a una sólida actuación, no termina por incorporarse al tono del resto del elenco que realmente parece más natural con el ambiente. Puede ser que haya sido algo buscado por la directora, el hecho de que un artista más ligado con un contexto urbano resalte más aún en un pueblo del interior, sin embargo hay algo de Veronese, especialmente su relación con Devetac, que hacen ruido, que no resulta convincente, como si fueran peces de dos ríos distintos.
Muchos espectadores no perdonarán que la directora deje tantos huecos abiertos, que el relato parezca empezado y no terminara, que la medida que tome el muchacho contra su padre, sea un poco exagerada, teniendo en cuenta, los conflictos que vemos entre ambos. Sin embargo, a ojos de este redactor, todo eso es relativo. Hay mucho de la diégesis de la historia que no vimos ni veremos y se puede construir perfectamente en el imaginario. El recurso del fuera de campo narrativo es acaso lo mejor que tiene La Tercer Orilla. La información que brinda el guión sobre los personajes es la justa y necesaria. El personaje del padre, queda completamente villanizado, incluso en escenas que podrían no haberse incluido. La directora posa su mirada en el paso de la infancia a la adultez, de la maduración intelectual y sexual de los personajes. Eso se ve y está sólidamente planteado.
El problema no surge por sus intenciones formales o por lo que transmite el guión, sino por su timidez a la hora de cómo narrar, de su indefinición estética, del poco compromiso audiovisual que tiene la directora con su guión. Esta austeridad cinematográfica, no se ve auténtica. Imita un modelo de hace 15 años que ya hizo otra persona. Y acá no hay lugar para la cita, el homenaje o la referencia. Acá surge la pretensión de seguir una formula ganadora, un cine “for export”, que triunfe fuera de la “industria” local. Y cuando la cabeza está puesta más en el resultado comercial – que desde el vamos parece resignado a triunfar en el mercado nacional – que en la realización propiamente dicha de un producto que guarde coherencia entre lo que se quiere contar y como contarlo, estamos ante un grave problema. Hace 15 años se perdonaba; ahora no.