Una zona salvaje, una historia de amor, y una problemática social actual; esto es lo que propone Diego Martinez Vignatti en su cuarto largometraje.
¿Cuál es el peso del dinero? ¿Pesan más que nuestra conciencia? Los posibles interrogantes que depara esta coproducción entre Argentina, Bélgica y Brasil, de estructura sencilla y contenido potente.
La Tierra Roja nos sitúa en el drama que viven los trabajadores de la tierra y de la tala en la selva misionera; y su acierto es expandirse desde el punto de vista particular hacia lo general.
El espectador comparte las vivencias de Pierre (el belga Geert Van Rampelberg) el capataz encargado del aserrado del que depende una papelera multinacional ubicada en aquella provincia de la Mesopotamia.
Pierre vive para su trabajo, se encarga de los obreros, y su único escape pareciera ser los ratos en que puede ser entrenador del equipo de Rugby amateur interprovincial. En realidad, tiene otro refugio, un amor “clandestino” con Ana (Eugenia Ramirez), maestra de la zona.
El romance debe mantenerse en secreto porque ambos se encuentran en los polos de dos posiciones diferentes. Hay algo latente en medio de la selva, y no tardará en explotar.
El Dr. Balza (Enrique Piñeyro) tiene los resultados de los análisis que envió hacer por los diferentes males que aquejan a los trabajadores. La multinacional está contaminando la tierra y el agua con agrotóxicos.
Ana, que colabora con Balza, intenta impedir el avance de la empresa que está socavando la salud de los obreros por un salario de miseria. A Pierre la cabeza le está haciendo demasiado ruido.
De tranco lento en un principio, La Tierra Roja va tomando forma a medida que el relato avance, y evoluciona junto con las actitudes de su protagonista.
La visión de un personaje que se debate entre las dos posiciones y deberá tomar una decisión definitiva, le otorga un plus valiosísimo a la narración.
Vignatti plantea la historia no como un documental en el que la problemática es expuesta a través de datos arrojados. Hay una historia que atrapa, que hace que nos interesen los personajes. Es más, en el debe puede quedar alguna necesidad de más datos concretos o puntuales sobre lo real; en todo caso, incita a que el espectador emprenda su propio camino de investigación interesándose en el tema.
La presencia de lugareños que aparecen como personajes, pero exponen su dolor real, es otro agregado fundamental que hasta puede causar un gran impacto en una de las escenas más logradas.
Si bien no hablamos de una propuesta de gran despliegue, técnicamente es un film que sabe defenderse. La fotografía aprovecha los escenarios naturales y se nutre de la “suciedad” para transmitir lo que corroe por dentro, así como el rugby servirá para desplegar la furia contenida.
El ritmo también se siente corrosivo, con un crescendo permanente que va desde lo más cotidiano y hasta contemplativo, con abundancia de sonidos naturales ambiente; a una violencia inusitada en la que la lucha de clases se hará sentir de la peor (o mejor) manera.
Podemos encontrar algunos ítems dudosos, como en el sonido, probablemente debidos a la falta de presupuesto mayor, o a la mixtura de actores profesionales con habitantes reales; y alguno podrá decir que tiene tramos declamatorios. Pero cómo no ser declamatorio ante una aberración social tan dramática como la que nos muestran, imposible de eludir como realidad. Todos esos “detalles” quedarán en un segundo plano frente a la potencia de lo que se cuenta.
La Tierra Roja es una propuesta importante por lo que denuncia, pero también llevadera desde la historia que conduce las acciones. Si al abandonar la sala uno se encuentra movilizado por lo que vio, podríamos hablar de una misión cumplida.