Desde los ojos del gringo.
La vida en la selva misionera no es fácil ni cómoda, pero a Pierre le va un poco mejor que a la mayoría. Desde que llegó de Bélgica hace tres años es el capataz de un grupo de trabajadores al servicio de una papelera y entrena el equipo de rugby del pueblo, pero le cuesta entender por qué algunos lo ven como el malo de la historia. Incluyendo una maestra rural con la que pretende entablar una relación. No cree en las denuncias de enfermedades y malformaciones que hace el médico de la zona contra la empresa, pero sí en que sin los empleos que dan mucha de esa gente no tendría de qué vivir. Se considera un buen tipo hasta que empieza a entender que algunos villanos no son malvados, sólo hacen su trabajo sin replantearse lo que tienen enfrente. Eventualmente la realidad lo obliga a replantearse no sólo la peligrosidad de los químicos que usa, también la corrupción de quienes están por encima de él en la empresa. Necesita de la muerte de un inocente y que su propia salud se deteriore para abrir los ojos, pero cuando cruza esa línea ya no puede volver atrás. Esta decisión de sumarse a la militancia lo acerca a Ana, pero también lo pone en la mira de gente que no va a dejar que pongan en peligro sus intereses tan fácilmente, aprovechando la impunidad que da contar con poder económico y político para recurrir a los métodos que crean necesarios.
Por más que se esfuerza para que el fuerte contenido de denuncia que guía a La Tierra Roja no anule el entretenimiento de una buena historia, lo que Diego Martínez Vignatti nos cuenta como ficción es tan potente y real que por momentos podemos olvidar que no es un documental. El mundo que construye está poblado de personajes creíbles hasta en sus contradicciones y aunque puede hacerse un poco larga, nada de lo que sucede en pantalla parece puesto al azar; todo construye el entorno inmersivo para una situación de tensión creciente que amenaza con explotar ante la primera excusa.
Salvo por unos pocos problemas de sonido que dificultan entender algunos diálogos, especialmente de personajes que no tienen el castellano como lengua nativa, está realizada con un nivel de producción bastante pulido que saca provecho del financiamiento extra que aportan las coproducciones, algo que seguramente hubiera sido difícil de lograr si fuera una película exclusivamente argentina. Esto no es algo menor teniendo en cuenta que gran parte de las escenas son no sólo en exteriores, sino con muchos intérpretes al mismo tiempo entre personajes secundarios y extras, algo fundamental para mantener la estética realista que pretende usar para recordarnos que el capataz gringo podrá ser sólo un personaje pero su historia no es fantasía. Las diferencias tajantes entre la realidad cotidiana de los alumnos que ve Ana a diario y los que ve Pierre en sus visitas a la ciudad son reales. Los conflictos que muestra La Tierra Roja y la sensación de impunidad de un puñado de explotadores, son reales. Pero por sobre todo, es real su creencia de que no todas las vidas valen lo mismo.
Conclusión:
La Tierra Roja es una película sin pirotecnia que se dedica a plantar una bandera sostenida con una trama sólida y personajes creíbles.