Amor tóxico
En La tierra roja (2016) no hay segundas lecturas, todo está servido en una trama que se acomoda rápidamente al melodrama vestido de western en la selva misionera con el trasfondo de la tala y el uso de agrotóxicos que destruye el medio ambiente y diezma a la población que respira o consume cualquier cultivo envenenado en esa tierra.
El eje dramático condiciona el relato desde el punto de vista de un planteo binario, los malos en este caso privilegian las ganancias de la economía extractiva a expensas del sufrimiento de los lugareños y de los propios trabajadores que toman contacto en su actividad con grandes cantidades de agrotóxicos.
Esa lucha de dos modelos, léase el bien estar económico de pocos frente al sufrimiento de muchos es la que marca el rumbo de los enfretamientos de dos grupos antagónicos, uno encabezado al comienzo por el protagonista de esta historia, Pierre, capataz de una papelera que a sabiendas del uso de agroquímicos y sus consecuencias en la población persiste hasta convencerse del mal generado. El otro grupo, encabezado por Ana, una maestra con consciencia social que se opone a la contaminación del suelo al conocer resultados médicos que confirman algunos tipos de cáncer o mal formaciones en fetos, no baja los brazos en una lucha desigual.
Como es de esperarse, la violencia y la muerte no tardan en llegar. Las víctimas de esa tragedia son el corolario de una crónica anticipada de los desmanes y las atrocidades cometidas contra el medio ambiente.
Resulta demasiado lineal el planteo, muy poco natural el desarrollo de la historia y muy forzados algunos diálogos o situaciones. Sin dejar de lado el andamiaje detrás de la premisa, es decir, mostrar las consecuencias, despojado de las causas y con una única solución que no es otra que el enfrentamiento sangriento contra el poder y sus actores más visibles.