La Tigra es un pequeño pueblo de la provincia argentina del Chaco, al cual Esteban (Ezequiel Tronconi) regresa, con el motivo (inespecífico y misterioso) de encontrar a su padre, camionero que inició hace algo más de una década una familia nueva. Debido a su ausencia temporaria, con incierta fecha de regreso, Esteban se aloja en lo de su tía Candelaria (Ana Allende), quien lo recibe cariñosamente. Ese tiempo de espera hasta la llegada del genitore es en el que se sitúa la obra. El tiempo recobrado, podríamos decir siguiendo a Proust, porque Esteban podrá revivir todo su pasado en aquel lugar de la infancia donde solía pasar los veranos. Así es como descubre a Vero (Guadalupe Docampo), vieja amiga, a la que no tarda en "echar el ojo", aun cuando esta relación se vislumbre como imposible, debido al noviazgo de Vero con Roger (Roger Grancic), un rockero pueblerino y carnicero.
En gran parte, la película, dirigida y escrita por Federico Godfric y Juan Sasiaín, salida del horno de la carrera de Diseño de Imagen y Sonido de la UBA, es el cuadro del lugar, lo cual denota la buena elección de su nombre. Esas calles de La Tigra, esos ratos de siesta, de tarde, de chinchón de vieja, son todos los pueblos, sólo que aquí se trata de la Tigra: de aquí se nutre la historia de Esteban que se nos muestra. Sutil y prolijo es el trabajo de los directores, incluso (o precisamente) cuando introducen alguna metáfora para el regocijo del espectador, por muy burda que sea ésta. Estos méritos se le han reconocido a La Tigra, Chaco en numerosos festivales, como el argentino Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, donde obtuvo el Premio FIPRESCI a la mejor película nacional, o la mención también en este festival a través de la figura de Guadalupe Docampo, de una temible naturalidad, quien ganó el premio "Carlos Carella" a la mejor actriz.
No obstante, la trama y el guión no logra desesperar al público con su relato, lo cual brinda una sencillez y una calma pueblerina que, aunque bien alcanzada, no es mucho más de lo que se podrá apreciar a lo largo del film, incluyendo los giros argumentales que no escapan al conflicto de Esteban con la nueva familia de su padre y también de este joven con su competidor por el corazón de Vero, Roger.
Por último, me asocio al interés que puso la provincia del Chaco en esta obra. Las provincias argentinas tienen historias y escenarios tan idóneos como hermosos para ser filmados. Pero lo más importante son los habitantes de esos sitios, muchos de ellos probablemente no instruidos en todo lo que significa una producción cinematográfica, y, debido a esto mismo, el cineasta (junto a los gobernantes) debe ser cauteloso al cruzar las diversas y tan difícilmente interpretables fronteras entre lo pedagógico, el desinterés y una demagogia de lo nuevo. El impacto social de la cinematografía, ni hablar de la cuestión de la existencia de salas en estos pueblillos, debe ser sopesado. Por fortuna, Godfrid y Sasiaín, aunque no en la línea de "cine con vecinos" (la cual tampoco me parece respuesta definitiva a esta problemática, sino que, a la vez, propone otras nuevas), se encargan, al menos, de honrar al lugar de cuya historia se sirvieron. Sin embargo, lamento que esta historia no pueda superar el guión de las películas "con vecinos", como El baño del Papa o El último mandado.