La Tigra, Chaco es la ópera prima de Federico Godfrid y Juan Sasiaín, que se presentó en el festival de Mar del Plata 2008 y recién este enero se estrena en Buenos Aires. Es una película del difícil género de “vuelta al pago” cuando el pago es pueblo chico. Esteban (Ezequiel Tronconi) vuelve luego de seis años desde Buenos Aires al pueblo del título para ver a su padre. Pero en La Tigra no solamente está su padre, también está la nueva familia de su padre, la tía Candelaria y, sobre todo, Vero.
Ezequiel no verá pasar ante sí un desfile de personajes arquetípicos amontonados en los primeros minutos de su contacto con el pueblo (como hacen las películas caricaturescas de “vuelta al pago”); tampoco verá sus características “aporteñadas” comparadas al por mayor con las “mejores y más naturales” costumbres pueblerinas (como hacen las películas haraganas de “vuelta al pago”). Simplemente irá descubriendo la mecánica del pueblo, irá disfrutando las conversaciones con su tía (un personaje secundario excelente, en la mejor tradición del cine clásico), irá aprendiendo a volver a encajar en una respiración vital distinta. Y los gerundios que usé en la oración precedente tal vez no queden muy lindos pero se corresponden con el paso cansino pero decidido y en el que siempre está pasando algo de la película (el suspenso que construye alrededor de Ezequiel y Vero es uno de los mayores méritos de La Tigra, Chaco). Ezequiel, además, ha descubierto en un instante de fulgor (muy bien mostrado con las herramientas para que el espectador pueda poner a prueba lo que ve el personaje) que Vero es ahora hermosa. Guadalupe Docampo (Vero) es una excelente actriz (era lo mejor de La sangre brota) y una presencia de una fotogenia y un magnetismo indudables. Aquí en La Tigra, Chaco, además, logra con eficacia una manera de hablar distinta a la suya. Y la Vero que compone (y que saben filmar Godfrid y Sasiaín) tiene todos los encantos de la chica soñada y anhelada de un pasado más infantil, más simple, de un pasado irrecuperable. La Tigra, Chaco, una película diáfana, tiene la rara virtud de provocar unas cuantas epifanías al filmar una chica, unos árboles, un camino vacío o un arco bastante poco ortogonal.