Creíble, cohesivo y bien contado
¿Es un documental?” fue la pregunta de un colega mientras revisaba la grilla del Festival de Mar del Plata 2008. Y es cierto, el título –dada la sobreabundancia de documental étnico, folklórico o revisionista que atosiga las pantallas nacionales– puede dar para la confusión. Pero digámoslo fuerte: La Tigra, Chaco es una comedia romántica hecha y derecha, donde chico busca chica que ya conocía, chica está de novia, ronda el padre del muchacho y todo tiene el aire al mismo tiempo de lo espontáneo y de lo perfectamente calculado para que tal espontaneidad sea creíble. Los actores son, en ese sentido, de una precisión increíble, transmitida por y a los directores en un ida y vuelta completamente cohesivo.
Ahora bien, la gran originalidad del film es plantear ciertos –no todos– los elementos de un género que ha subsistido por ser urbano en un ambiente donde lo “urbano” aparece sólo en destellos. O, más bien, brilla no en el casi bucólico –pero humano– escenario de la ficción sino en la urbanidad, justamente, de sus criaturas. En ese sentido, La Tigra... es un avance para el cine (argentino, bueno, pero no solamente) porque depura, a partir de una situación que ha generado sus propios códigos y lugares comunes, lo que es universal. Y lo pone en pantalla con la convicción absoluta de su validez.
Hay dos elementos fundamentales para que un film cuyos núcleos son la amabilidad y la alegría. Uno es la química entre los protagonistas, algo que en el caso de los actores Ezequiel Tronconi y Guadalupe Docampo –él como ese chico de Buenos Aires que viene a hablar con un padre que posterga el encuentro, ella como esa chica que se quedó– son, desde la primera escena, tal para cual. No es fácil que eso suceda tan instantáneamente y se agradece verlo: son dos personas bellas y verdaderas, o más bien dos actores que logran darle verdad a sus criaturas. El otro, que los personajes secundarios sean auténticos. La estrategia de que en esos lugares se confundan actores con quienes no lo son dotan de fuerza y carne a esos “otros” que traman la historia. Otros como nosotros, felices ante la felicidad ajena.