Mato con mis críticas
La torre oscura (The Dark Tower, 2017) es un insípido coctel de acción, aventura, ciencia ficción, fantasía y épica que ostenta la firma de Stephen King pero es indistinto a cualquier blockbuster engendrado mediante focus group. El entretenimiento es ligero, marginal y efímero; el impacto emocional o intelectual nulo.
Hace más de una década que Hollywood busca la forma de llevar al cine la saga de “La torre oscura”, que suma más de 4000 páginas a lo largo de ocho novelas. Los estudios se han ido pasando el proyecto de mano en mano - Paramount, Columbia, Universal, Lionsgate - hasta que cayó en manos de Sony y el director danés Nikolaj Arcel, que dieron marcha adelante con un guión simplón escrito a ocho manos.
La historia original es una crónica de la eterna batalla entre un “Pistolero” y “El Hombre de Negro”, encarnaciones del bien y el mal. El Hombre de Negro quiere destruir la Torre Oscura del título - el epicentro del universo - para dejar todos los mundos en existencia a la merced de monstruos invasores; el Pistolero quiere detenerlo y vengar la muerte de sus seres queridos. Los libros transcurren a lo largo de tantos años e involucran tantos saltos temporales e interdimensionales que representan un auténtico desafío de adaptación.
La solución de la película es contar a las apuradas una versión de 95 minutos resumiendo las “novelas” y poniendo a un niño de 15 años en el papel protagónico, relegando al Pistolero a un papel de reparto en la que debería ser su historia de principio a fin. Todo sea por acordonar el mercado de Jóvenes Adultos que apetece más historias hechas en su imagen y semejanza.
El Elegido es Jake Chambers (Tom Taylor), un joven neoyorquino acosado por visiones apocalípticas en las que la destrucción de la fabulosa Torre Oscura repercute en la destrucción del universo. Esta es la misión de El Hombre de Negro (Matthew McConaughey), un hechicero dedicado a secuestrar niños con poderes psíquicos para utilizar su energía contra la torre. Él y su ejército de “pieles falsas” (monstruos con máscaras humanas) quieren capturar a Jake, el psíquico más poderoso de todos, pero el niño huye a través de un portal a un páramo llamado Mundo Medio y cae bajo la protección del Pistolero Roland (Idris Elba).
Quizás hay una forma de contar esta historia de manera que no suene tan ridícula pero Arcel y su equipo de guionistas no la han encontrado. Con apenas hora y media de duración, la película es un constante chorro de diálogo expositivo y parecería ser que el objetivo de cada escena es explicar lo que está pasando o qué va a pasar a continuación. Todo ocurre a un paso tan acelerado que las escenas carecen de peso en la historia y no causan ninguna impresión, ni en sus protagonistas ni en los espectadores.
De vez en cuando hay algo que funciona - algún chiste, alguna imagen atractiva o idea ingeniosa - pero en general la película pone modo autopiloto y ahí se queda. Los efectos especiales son mediocres, los monstruos se parecen a los de cualquier videojuego y una secuencia de acción es indistinta de la otra, salvo por un instante de genialidad que haría orgulloso a Lucky Luke.
Al menos Elba y McConaughey logran inyectar un poco de personalidad en una película en la que el resto de los personajes son poco más que artefactos de la trama. Elba es carismático en el papel del héroe rudo y hastiado, y el villano todopoderoso e híper-sugestivo de McConaughey raya lo caricaturesco. Otros personajes que por cámara y puesta en escena parece que van a ser importantes son descartados con una facilidad asombrosa. Todo apunta a que la película ha sido cortada y recortada varias veces, víctima de una trama demasiado enroscada y focus groups quisquillosos. Lo que vemos es un resumen esquelético, diseñado para entretener a todos pero complaciendo a nadie.