Fantasía noble y desbordada
Esta es una fantasía desbordada, sin pedir permiso a la época, con coordenadas de matiné de los 80. Basada en una serie de novelas de Stephen King, con montones de páginas, la película dura apenas una hora y media. Algunos fans desconcertados, la crítica estadounidense desorientada, casi toda enardecida contra esta película de aventuras noble, desprovista de pretensión, que tiene la osadía de no chapear con un tema prestigioso y no llevar un ocho al lado de su título. Una película como había en mayor número en otras décadas, una entre tantas. Una que cuenta la historia de un chico con percepciones y sueños muy vívidos, que le dicen que hay un hechicero malvado que usa los poderes de niños especiales para intentar derribar la torre que protege a todo el universo de la invasión de unos monstruos horribles.
El malo es Matthew McConaughey, en modo lustroso, conectado con los gestos de David Bowie en Laberinto (film de Jim Henson tiene más influencias en este relato). El bueno es Idris Elba, un pistolero legendario con la resiliencia y el magnetismo seco del western. Los adultos son presentados visualmente como seres gigantes. El chico protagonista debe entender sus mundos sin perder tiempo.
El director danés Arcel arma a su alrededor un relato con peleas que se entienden, muestra poderes mágico-míticos mucho más atractivos que los de Mujer Maravilla, y apuesta a una modestia narrativa que prefiere caer en alguna chapucería pasajera antes que resignar fluidez y diversión.