La torre oscura no cumple con las expectativas en su adaptación al cine.
La conexión de Stephen King con el cine es, cuanto menos, apoteósica, un milagro para la cultura pop, capaz de unificar dos disciplinas y potenciarles su goce popular. La literatura de King se presta hábil a la adaptación cinematográfica porque ella misma está educada con el cine. Stephen King estructura sus novelas como guiones desprovistos del miedo a la taquilla, dándole a su prosa contundencia audiovisual.
Esta sangre cinéfila hace de sus libros un semillero de obras maestras, y basta mencionar un puñado de adaptaciones para despejar la contundencia del legado: Carrie, El resplandor, Cementerio de animales, La niebla, Misery. Claro que detrás de estos clásicos hay nombres como Brian De Palma, Stanley Kubrick o Frank Darabont.
La torre oscura es el conjunto de novelas más ambicioso del escritor. No sólo hay ocho tomos publicados, también se pergeñaron cómics expandiendo la saga. El traspaso al cine era una cuenta regresiva, de expectativas enormes y actuales resultados paupérrimos.
El problema resulta evidente: a esta adaptación le hacía falta una mente obsesiva y orgullosa que pueda organizar plásticamente un universo literario tan vasto. Se necesitaba a alguien de la talla de Peter Jackson o George Lucas, pero Sony Pictures, la productora que se alzó con los derechos, eligió a Nikolaj Arcel como director, de una trayectoria tan breve como desapercibida. El resultado es de interés psiquiátrico: La torre oscura tiene elementos para ser una épica enorme pero se ejecuta con pasmosa mediocridad. Si en la historia el universo está en peligro, lo único que decodifica y narra Nikolaj Arcel es una aventura rústica de corte ochentoso.
Cierto dato puede explicar la histeria que perjudica al filme: esta adaptación de La torre oscura corresponde a la primera novela, El pistolero, de 1982, y el tono iniciático es muy marcado: un muchacho, Jake Chambers, tiene sueños sobre una torre atacada por un hombre de negro. La película cuenta el despertar del héroe y su compromiso de defender dicha torre con ayuda de Roland, el pistolero en cuestión. En las sucesivas novelas de Stephen King, esta trama suma múltiples elementos y llega a un barroquismo delirante.
Un mundo enorme
Nikolaj Arcel se enfrenta al dilema de asentar las bases de este mundo inconmensurable para habilitar una saga, pero bajo el austero esquema narrativo de la novela inaugural. El relato iniciático se encapsula en sí mismo y jamás logra develar el entramado político y cultural creado por Stephen King. Así, el espectador sentirá que todo lo que sucede es un capricho de guion, que nada se explica y ni siquiera se sugiere. La información se omite como si la substancia de las novelas precediera a la película, como si los realizadores se olvidaran de que Stephen King les dio una materia prima digna que ellos debían modelar con pericia fílmica. Porque en definitiva, ni El resplandor ni Carrie se convirtieron en clásicos por el mero prestigio del escritor.