Perdón Stephen King
A juzgar por los resultados, daría toda la sensación de que un plausible fracaso de taquilla, más allá de la lapidaria crítica casi unánime norteamericana con esta nueva adaptación de una de las novelas más importantes dentro del universo literario de Stephen King, La Torre Oscura hubiese sido más rentable como serie de alguna plataforma estilo Netflix o similares en lugar de apostar a las consecuentes sagas cinematográficas, capaces de generar el caldo de cultivo para que fans y no fans llenen las salas cinematográficas.
Es tan magro e impersonal lo que el danés Nikolaj Arcel en su arribo a las tierras Hollywoodenses consiguió con este film de 95 minutos, que desaprovechó una historia compleja, rica en personajes y donde la batalla entre el bien y el mal incorpora elementos de fantasía porque todo se reduce a una trama lineal, llena de lugares comunes y personajes completamente planos en términos narrativos.
A grandes rasgos lo poco que puede sacarse de esta historia como hilo conductor para intentar establecer algún sentido o coherencia interna en el relato es precisamente el enfrentamiento archiconocido entre El hombre de negro, léase un hechicero (Matthew McConaughey) que busca liberar los demonios con la apertura de un portal para lo cual atrapa niños y los tortura con el fin de extraerles la energía del cerebro y así destruir la famosa torre del título. Esa torre es la que equilibra las fuerzas en el universo y se encuentra en el centro de todo. Sin embargo, existe un pistolero (Idris Elba), dispuesto a dar batalla mientras que de este lado del planeta un adolescente llamado Jake (Tom Taylor) posee el don del esplendor, algo así como un poder de videncia que primero se traduce en pesadillas recurrentes, las cuales el muchacho en plan freak para su entorno familiar y escolar dibuja con precisión y exactitud hasta que descubre un portal que lo conecta directamente con el pistolero de sus dibujos.
Con todas las cartas sobre la mesa, efectos visuales nada deslumbrantes, ritmo cansino y un largo y tedioso derrotero multidimensional, incluídos forzados intentos de alivio cómico cuando Roland el pistolero aterriza en New York, la película hace agua por donde se la mire: desde la ridiculez de los diálogos, la falta de imaginación a la hora de recrear enfrentamientos entre los demonios digitales y el as de la pistola -confeccionada con el mismo material que la espada de Excalibur vaya a saber uno porqué- hasta un conjunto de incongruencias producto de la acumulación de información, tal vez con el objeto de condensar algo de mayor envergadura y peso narrativo que seguramente tenga un desarrollo mucho más interesante en los ocho volúmenes que integran la obra magna de Stephen King.
Otro disparate y fracaso que se suma a las fallidas adaptaciones de novelas del padre de Misery, tal vez -vaya la paradoja- uno de los mejores experimentos cinematográficos con resultado aceptable.
Habrá que esperar a la taquilla para saber a ciencia cierta, si La torre oscura se derrumba para siempre, se recicla en una serie o permanece inclinada y a punto de caerse como la mítica Torre de Pisa en Italia.