A los bifes...
Había visto La traición en un avión (la escala más baja del consumo cinematográfico) y me había parecido un producto menor, concebido con oficio por Steven Soderbergh al servicio de Gia Carano, popular luchadora de artes marciales mixtas (MMA) y kickboxing en la vida real, que aquí concreta su debut absoluto en cine.
Como criticar una película vista en un monitor de ¿10? pulgadas, entre azafatas que cruzan bandejas y paneras delante de tu cabeza o bebés que lloran en el asiento de al lado, es indigno de un análisis "profesional", decidí que La traición se merecía una segunda oportunidad y, claro, en cine.
La cosa cambió bastante. No es que ahora me haya parecido la gloria del cine de acción, pero vista como corresponde (calidad de imagen, formato de pantalla, música y sonido tal como el director la concibió) la película resulta un muy noble entretenimiento en plan clase B. Reitero: no será Drive, pero Carano y Soderbergh nos regalan unos cuantos momentos de genuino disfrute.
Gina es Mallory Kane, una mercenaria que es contratada (y luego perseguida) por una corporación que se dedica (a veces al servicio del gobierno, a veces al mejor postor) a todo tipo de tareas sucias: secuestros, asesinatos y un largo etcétera.
Casi sin descanso, Mallory -en medio de una narración que va y viene en el tiempo- deberá arriesgar su vida por las calles de Barcelona o Dublín (buen uso de las locaciones reales), por los bosques nevados del estado de Nueva York o en la cálida Mallorca, en un típico juego de gato y ratón (a veces será "gata" y en otras "ratoncita"). En este sentido, es cierto, puede verse a La traición como un exponente sub-Bourne.
Carano no es un dechado de expresividad, pero es bastante bonita, tiene su "presencia" en cámara y, a la hora de demostrar sus cualidades para la lucha cuerpo a cuerpo, se luce (y Soderbergh sabe cómo hacerla lucir).
El director de Traffic y La gran estafa apela a su marca de fábrica: planos-secuencia y encuadres virtuosos conseguidos con cámaras digitales que le dan a la película esa veta documentalista, urgente, espontánea, que a él tanto le gusta. En otros momentos, en cambio, apela a la combinación de escenas de acción y música como una suerte de videoclips, de coreografías que permiten acercarse al arte de Carano ya no desde los visceral sino como una experiencia contemplativa de cómo un director puede filmar a su heroína dejando en ridículo a sus contrincantes.
En un mundo de hombres (en distintos papeles secundarios desfilan Michael Fassbender, Ewan McGregor, Antonio Banderas, Michael Douglas, Bill Paxton y Channing Tatum) surge, sobrevive y se impone una mujer. El poder es masculino, nos dice y nos muestra Soderbergh, pero a la hora de los bifes -literalmente- siempre nos quedará Gia. Larga vida a la reina (de las trompadas).