Bourne con faldas
Cuando su carrera parecía destinada a estancarse en el circuito de festivales y cine arte, Steven Soderbergh tuvo la astucia de correrse de ese sitial limitante para incursionar en el mainstream. Su primer intento (Un romance peligroso, 1998) fue un gran éxito y desde entonces no paró. Su estrategia de intercalar filmes de corte popular con otros más independientes y orientados a espectadores con inquietudes ha sido un ejemplo para otros realizadores aunque pocos han seguido su huella. Esa versatilidad vuelve a ponerse de manifiesto con La Traición, producto de acción que sirve de carta de presentación para la señorita Gina Carano, una atractiva morocha con experiencia en ese salvaje “deporte” denominado artes marciales combinadas. La Carano no lo hace nada mal pero pese al excelente plantel de actores (que deben haber cobrado un contrato muy inferior al habitual para colaborar con Soderbergh) y al profesionalismo de todos los involucrados, esta Haywire defrauda con ganas. Lem Dobbs escribió un guión confuso que no genera ningún tipo de interés cometiendo además la gaffe de no desarrollar ni mínimamente a sus personajes que se mueven como títeres. Y como tales los sacude la buena Gina a pura patada y golpes de puño porque la gran mayoría del reparto se enrola en la banda de los antagonistas. “¡Qué lindo ser mujer y fajar a los machistas de turno!”, podría ser el súperobjetivo de esta espía entrenada para machacar huesos casi sin transpirar la camiseta.
Debido a todos los condicionantes de género que han existido desde siempre en Hollywood, se entiende que un rol como el de Mallory Kane sea por demás subyugante para las actrices. Claro, se trata de una inmejorable oportunidad para demostrar que pueden estar a la altura de los hombres y hacer lo mismo con igual prestancia. El asunto es que un rol tan duro y físico como el de Mallory –suerte de contrapartida femenina de Jason Bourne- no lo hubiese podido encarar cualquier figurita de moda en la industria. Soderbergh se encontraba en una disyuntiva: o elegir una actriz que fuera capaz de sacar afuera toda esa agresividad sin pasar vergüenza en el proceso; o bien lo que finalmente decidió: buscar una deportista fotogénica que se ponga la película al hombro y cuya interpretación no haga “ruido” al interactuar en escena con monstruos como Ewan McGregor, Michael Douglas o Michael Fassbender. Este objetivo el creador de Sexo, Mentiras y Video lo superó sin dramas. Gina se desenvuelve con cierta naturalidad para alguien tan inexperta y si su rostro no es el más expresivo del mundo hasta se siente lógico en un papel de estas características. En esto La Traición triunfa: veamos ahora en dónde fracasa…
Una de las claves para enganchar al público radica en la habilidad con la que se planta y dosifica la información. La primera Bourne, aquella magnífica Identidad desconocida dirigida por Doug Liman, se ocupó impecablemente de introducir a su héroe y convertirlo en una figura empática. Cuanto más sabíamos sobre Bourne más lo entendíamos y lo apoyábamos en su búsqueda de la verdad. Era un personaje que iba descubriendo su pasado a la par que el espectador. La Traición es otra clase de filme de acción: comparte algunas cuestiones (una agenda oculta, asesinatos encubiertos, agentes entrenados para aniquilar a quien se les cruce en el camino) pero se decanta por una línea argumental tan obvia como la venganza. Mallory trabaja para una “compañía” especializada en todo tipo de “intervenciones”. Tras completar una misión en Barcelona que comparte con su colega Aaron (Channing Tatum), Mallory vuelve a ser requerida por su jefe directo, Kenneth (Ewan McGregor), para que viaje de inmediato a Irlanda. Su contacto allí es Paul (Michael Fassbender), colega de muchos recursos que desata un infierno al intentar asesinarla. Mallory no entiende por qué pero se ha convertido de un momento para el otro en el blanco de la misma organización que la empleó durante tres años...
La trama de Lem Dobbs bordea lo ininteligible, los diálogos carecen de ingenio, el humor brilla por su ausencia y el oficio de Steven Soderbergh aún sólido (también acapara la dirección de fotografía y el montaje, ambos con seudónimo) no compensa la suma de debilidades aludidas. Los actores, todos ellos muy conocidos, están desaprovechados (a los ya mencionados agreguemos la presencia de Antonio Banderas, Michael Angarano, Bill Paxton y el francés Mathieu Kassovitz) y la música de David Holmes no se ajusta al registro que le exige más de una escena. El distanciamiento que provoca este hecho, sospecho no buscado, es el detalle que le faltaba para desbarrancar del todo a esta fallida propuesta clase “B” del por lo general atendible realizador de Traffic.