El director Steven Soderbergh, ganador el premio de la academia de Hollywood por “Trafic” (2001), pero que realmente había sorprendido al publico desde su ópera prima “Sexo, mentiras y video” (1989), demuestra que nada le es esquivo, dando lugar a pensarlo como un hombre construyéndose a sí mismo con definición por su arte, que no vacila en incursionar en el cine de género, precisamente de acción, muy alejado de las mencionadas, o de aquellas dos producciones en que se ocupó de darle carnalidad y humanidad al mito del Che Guevara..
Pero acá otra es la historia, o es la misma. Un agente del gobierno de la “madre patria”, esto es los EEUU, siente que lo han traicionado, pero no sabe cuantos están prendidos en el complot ni las razones del mismo, sabe, en cambio, que no es culpable de lo que se le acusa, aunque el espectador tampoco nada sabe.
Esto dará lugar a que todo el filme sea un gran flashbacks narrado por el personaje principal a otro que acaba de conocer, a quien utiliza, medio como escudo, medio como secuestrado, para seguir escapando hasta lograr reunir las pruebas que lo exoneren.
¿Esta historia ya se la contaron? Me viene rápidamente a la memoria “Misión Imposible” (1996) de Brian de Palma. ¿A usted no? Por supuesto que hay muchas más.
Pero hay varios elementos que la pueden llegar a distinguirlo del resto. En principio el director reunió un”Dream Team” de actores cuya característica principal es ser taquilleros, Michael Douglas, Ewan Mc Gregor, Antonio Banderas, junto a otros no tanto, pero muy buenos y están actualmente de moda, Michael Fassbender, Bill Paxton y Chainning Tatum.
Pero las diferencias no se quedan allí. El héroe, tal como viene sucediendo desde los claros mensajes de la igualdad de los sexos, en este caso es una heroína personificada por la desconocida para el gran público Gina Carano, una deportista de elite, karateka para ser más precisos, que interpreta a la agente Mallory Kane.
El filme es todo un catalogo de clisés, muy bien decididos y construidos, que le dan un ritmo vertiginoso a las escenas, sustentadas en el montaje típico y clásico para producciones de estas características, con planos trabajados como intersticios de tranquilidad para darle alguna información adicional al espectador, cuyo resultado termina siendo una gran excusa para mostrar las habilidades marciales y pugilísticas de la deportista devenida actriz. Sin desmerecer nada de ella, y sin querer descubrir la pólvora, hay que valorar la mano que tiene el realizador para dirigir a sus actores, lo que refuerza la credibilidad.
Asimismo la elección de planos enteros en las escenas de pelea, donde se puede observar el movimiento de los cuerpos, es sólo posible al contar con Gina Carano, diferenciando a este producto de los restantes del género. No se trata sólo de escenas de acción, pues su dinámica está cargarlas de un muy detallado trabajo coreográfico que por momentos hasta puede leerse como erotizante.
Lo dicho, de muy buen ritmo, muy bien montado, con buenas actuaciones, lo que falla un poco es el guión, previsible desde la primera secuencia.