Modelo perfecto de cómo hacer cine de género
El opus 21 del realizador de La gran estafa es en verdad su primera película. No sólo eso: es una de las mejores que la industria haya producido en bastante tiempo, un film de acción que restituye al cine de acción su carácter físico.
Hace rato que el tipo dio con la fórmula para filmar rápido, barato y variado. La clave: el formato digital, que permite economizar costos y tiempos. Como además él mismo hace cámara y edita, termina cada jornada con las secuencias procesadas y faenadas. La combinación velocidad-practicidad-ductilidad, sumada al prestigio entre sus pares, que le permite sumar al elenco al famoso que se le antoje, lo convierte en apuesta segura para la industria. Lo que Steven Soderbergh no había logrado hasta ahora era crear películas vivas. Sexo, mentiras y video era tan desafectada como el díptico Che, Traffic tan maquinal como la trilogía La gran estafa, Vengar la sangre tan indiferente como Contagio. Para no hablar de los trabajos crudamente alimentarios, como Erin Brockovich, o los bodrios lisos y llanos, como Kafka, su versión de Solaris o la infumable Full Frontal. Todo ello permite aventurar que La traición, opus 21 de Steven Soderbergh, es en verdad su primera película. No sólo eso: es una de las mejores cosas que la industria haya producido en bastante tiempo. Y tampoco eso solo, ya que Haywire (título original) es un modelo perfecto de cómo hacer cine de género aquí y ahora.
Desde el momento en que la morocha, sentada a la mesa de un bar rutero, putea para adentro al ver al tipo que baja de un auto, se instala –sin necesidad de grandes gestos o efectos dramáticos– una tensión que ya no va a decaer. La morocha es Gina Carano, estrella de las artes marciales que debuta en cine. Soderbergh dice haber hecho la película por ella y para ella, y da toda la sensación de ser cierto. Por más que las peleas a trompada y patada limpia se reduzcan a apenas tres o cuatro en todo el metraje, sin Carano hubieran sido imposibles. Por una razón sencillísima: Soderbergh las filma exactamente al revés de como lo hacen los grandes burros del cine de acción. Guy Ritchie, Luc Besson o Michael Bay, pongámosle. En lugar de mil planos cortos por segundo, Soderbergh lo hace casi sin cortes, en planos largos, de modo que se puede ver cómo dos cuerpos pelean. Lo cual es esencial, en tanto restituye al cine de acción (al cine, en general) lo que a ese cine le es más básico y el combo clip-digitalización le hizo perder: el carácter físico.
Que Carano sea una capa en el arte de la trompada y la patada, y que Soderbergh sepa cómo filmarla, no quiere decir que el realizador pise el palito y haga una de artes marciales, género limitado si los hay. La traición es una de acción con intriga de espionaje y grandes escenas de artes marciales. Todo eso junto es lo que mantiene el interés. Por un lado, la incerteza propia del cine de espionaje, que hace que nunca se sepa quiénes son los amigos y quiénes los enemigos y que pone al espectador en estado de alerta permanente. Carano es Mallory Kane, pesadísima ex marine y agente encubierta, que trabaja para una agencia privada. Su jefe directo, Kenneth (Ewan McGregor), alguna vez su amante, la recomienda para rescatar a un periodista chino, secuestrado en Barcelona, a quien un funcionario del gobierno yanqui (Michael Douglas) y un español que no se sabe bien qué pito toca (Antonio Banderas, que después del receso de La piel que habito vuelve a actuar horriblemente) quieren sano y salvo. De allí en más vendrán los dobles juegos, las traiciones, las cartas marcadas. Lo propio del espionaje, en suma.
¿Que todo suena entre remanido, trillado y rocambolesco? ¡Obvio! La traición es una clase B, y en la clase B el oro se fabrica con barro. El oro de Soderbergh es la seguridad, cadencia y sentido del ritmo (no confundir con velocidad, que es lo que haría la tríada Ritchie-Besson-Bay) con que avanza de un plano a otro, de una secuencia a otra, de un tiempo a otro. Como suele hacerlo, el realizador de Un romance peligroso (de sus películas, la que por clasicismo y placer narrativo más tiene que ver con ésta) narra en tiempos fragmentados, avanzando y retrocediendo. Pero sin que nunca deje de entenderse qué pasa y cuándo. Aunque todas las escenas de acción son modélicas –empezando por la inicial, en la que Carano y su contrincante parecen a punto de tirar abajo una cafetería–, sin duda que el gran momento de La traición es ese en el que ella y Michael Fassbender (ésta y Prometeo: dos estrenos en la misma escena para el omnipresente actor de Shame) se cagan a patadas (perdón, no hay otra forma de decirlo) a lo largo y a lo ancho de un cuarto de hotel. Gran escena por la ferocidad, la fisicidad, la verosimilitud, la dinámica. Pero también por estar filmada como si se tratara de un polvo, con “orgasmos” incluidos y todo. Soderbergh dice haber seguido a Hitchcock esta vez, y otra vez no miente. Como aquél aconsejaba, Soderbergh filma aquí el crimen como si fuera sexo y el sexo como crimen. De hecho, esta escena es la versión artes marciales del famoso beso por toda la habitación (de hotel, también) de Tuyo es mi corazón.