Pegame Gina, que me gusta
Steven Soderbergh es de esos directores bastante emblemáticos y representativos del Hollywood de los últimos veinte años. Su capacidad para alternar entre la senda independiente y la mainstream sin perder demasiado estilo lo hizo relevante dentro del medio sin necesidad de romper la taquilla. Por otro lado, muchas veces su eclecticismo a la hora de abordar diversos géneros va acompañado de una frialdad y distanciamiento excesivo, que hace que no se compenetre con los personajes y los relatos, lo que conduce a una superficialidad incluso indignante, como en Traffic. Con todo, varias de sus películas, como Solaris, Erin Brockovich, Che: el argentino, Che: guerrilla y Contagio tienen unos cuantos elementos rescatables, y El desinformante es toda una revelación: una cinta incómoda desde lo insólito, que le agrega un nuevo significado al patetismo y que fue totalmente malentendida en su momento, tanto por la crítica como por el público.
La traición (Haywire es su título original) viene a funcionar como un ejemplo bastante distintivo de la filmografía de Soberbergh: un dispositivo por el cual el cineasta vuelve a explorar los mecanismos y variables de los géneros y subgéneros, deconstruyéndolos de una manera bien posmoderna. En este caso, con los films de espías, repletos de agentes de inteligencia, asesinos entrenados, agendas ocultas y negocios oscuros. Pero a pesar de lo que pueda creerse, las referencias aquí desplegadas no remiten tanto al cine de los setenta, cuando explotó ese género, sino el cine de directores más cercanos en el tiempo, como Michael Mann o Paul Greengrass, que pueden referenciar a productos de décadas pasadas, pero cuya fisicidad y despliegue visual es claramente contemporáneo.
Soderbergh, realizador del presente, bien contemporáneo en muchas de sus características -la atención a las nuevas tecnologías, por ejemplo- repite algunos tópicos de Contagio, como el análisis de los procedimientos o el funcionamiento de las instituciones encumbradas en lo más alto del poder. Aunque hay un par de (no tan) sutiles diferencias. La primera es que aquí las instituciones no son redimidas, sino todo lo contrario: traicionan y persiguen al individuo, amparan al criminal, no protegen al ciudadano, no cumplen con sus deberes. La segunda y principal es que la heroína es mujer, lo que separa al relato del resto de las películas relacionadas.
Y la heroína no es cualquiera, sino una tal Gina Carano, quien saltó a la fama como una de las mejores luchadoras del mundo, y que en su primer protagónico interpreta a la perfección a la que le tienden una trampa, sobrevive y luego va a buscar, uno por uno, a todos los tipos que la traicionaron. La actriz (porque no es una simple luchadora, sino también una actriz) pone al servicio de la trama toda su fisicidad combinada con una llamativa elegancia y sensualidad que, por suerte, Soderbergh aprovecha al máximo. De ahí que La traición se convierta casi inesperadamente en un film feminista, donde la protagonista demuestra tanta elegancia como capacidad de lucha.
Sin alcanzar grandes alturas, con una frialdad un tanto innecesaria, La traición se destaca primariamente por ofrecer un show a toda orquesta de Carano, una figura a seguir. ¿Nace una estrella?