Concierto de palizas
Steven Soderbergh es posiblemente uno de los directores más versátiles de Hollywood. Su nuevo film, La traición (Haywire, 2011), parece ser difícil de ubicar en uno de todos sus perfiles. En la mayoría de sus películas el componente de acción está subordinado a la trama, pero en esta, la acción es la trama.
Entre su filmografía se cuentan desde películas con una alta dosis de contenido social e histórico como Erin Brockovich (Erin Brockovich, 2000), Che, el argentino (Che, 2008) o Traffic (Traffic, 2000), hasta desbarajustes de acción como La gran estafa (Ocean’s Eleven, 2001). Se maneja con gracia al dirigir tanto películas experimentales independientes a la manera de Confesiones de una prostituta de lujo (The girlfriend experience, 2009) como superproducciones prefabricadas del estilo de Contagio (Contagion, 2011).
La traición sigue a Mallory Kane, una agente secreta de una empresa que se dedica a llevar a cabo trabajo sucio por encargo y que, luego de ser traicionada por sus empleadores, busca venganza. Para conseguirla, tiene que enfrentarse a una seguidilla de atentados: intentan asesinarla una y otra vez.
Más allá del trayecto de la fugitiva, el argumento no se complica demasiado, de hecho, las peleas entre Mallory y sus contrincantes están mucho más pormenorizadas que la historia en sí. Las secuencias de acción no están sobrecargadas de explosiones y disparos en una edición tan rápida que marea y es imposible de seguir, como suele pasar, sino que son enfrentamientos meticulosamente coreografiados de manera que se vuelven creíbles. Gina Carano, la actriz que encarna a Mallory, es campeona de artes marciales y despliega todas sus maniobras noqueando a todo hombre que la desafíe, y así logra posicionarse como una nueva bad-ass chick, de esas que abundan en el cine: Lara Croft, Beatrix Kiddo, Sarah Connor.
Si bien el desarrollo argumental brilla por su ausencia, La traición no es una de esas películas de acción que presupone al diálogo como innecesario, por el contrario, abunda e incluso tiene algunos grandes momentos de comicidad. Tampoco hay un desarrollo importante de los personajes, es decir, si bien se percibe un cierto proceso de “desmoralización”, Mallory Kane no tiene un gran nivel de profundidad, no es una Erin Brockovich con revólver ni mucho menos, pero sí logra constituirse como heroína y llevar la película, aunque más no sea a través de sus asombrosas piruetas. En ese sentido, lo que permite el desenvolvimiento de la historia y lo que genera interés son las escenas de acción altamente rítmicas que interrumpen los diálogos, como las secuencias de canto y baile en un musical.