Esas cuestiones del corazón
Miley Cyrus protagoniza un melodrama familiar y romántico.
Si la idea era ir sacando a Miley Cyrus del exclusivo mercado de chicas adolescentes que consumieron con devoción toda su etapa Hannah Montana, la idea de ponerla como protagonista de una adaptación al cine de una novela de Nicholas Sparks -autor de melodramas románticos como Diario de una pasión, Noches de tormenta o la más reciente Querido John -, sonaba como la adecuada. En un punto, los filmes basados en textos de Sparks son como la evolución natural tanto para una actriz como ella como para sus fans: son fantasías similares, sólo que apuntan a un público algo más grande... en edad.
En La última canción , Cyrus encarna a Ronnie, una adolescente rebelde de 17 años, a la que le toca compartir un tiempo con su padre (Greg Kinnear) y con su hermano menor, en una ciudad costera de Georgia, alejada de Nueva York, ciudad en la que ahora está radicada. Ronnie tiene una muy mala relación con su padre, ya que lo culpa de la ruptura familiar. El, un pianista clásico y maestro, intenta pero no puede conectarse con ella. Aunque comparte la pasión por la música, algo falla ahí.
Como si fuera un melodrama de los ‘50, Ronnie conoce en la playa a Will (Liam Hensworth), un adolescente hijo de una familia muy rica con el que, de a poco, comienza a tejer una relación sentimental. Allí, como en todas las tramas de Sparks, las cosas se tornarán, por un lado, románticas y, por otro, entrará el drama en sus formas más tortuosas. La reconciliación familiar y el despertar sentimental irán de la mano de una catarata de golpes bajos difíciles de asimilar.
Como actriz, Cyrus es competente y si la película es floja no es por su culpa. Sus problemas son parte de la idea de que evolucionar como espectador (y como actor) es salir de las fantasías pop y pasar a dramas de novelas de bolsillo. Y no tiene por qué ser así. Promediando el filme, uno ya quiere que regrese Hannah Montana.