De los realizadores de "Caídos del mapa", llega este pasatiempo que no sólo dispara la risa y los toques escatológicos, sino que toma otro rumbo cuando sumerge a los protagonistas en un mundo lleno de peligros.
El universo infanto-juvenil es nuevamente el foco de los realizadores Leandro Mark y Nicolás Silbert -Caídos del mapa- en La última fiesta, un relato que se apoya en los gags y en una historia que combina humor y algo de acción, emparentándose con el estilo de las comedias salvajes norteamericanas.
Tres amigos, Alan -Nico Vázquez-, Dante -Alan Sabbagh- y Pedro -Benjamín Amadeo- crecieron juntos y cuando uno de ellos queda sin novia, los otros deciden organizar una megafiesta en la lujosa casa de un hombre misterioso que debe salir de viaje. El problema estalla cuando un cuadro valioso desaparece y el inseparable trío deberá recuperar la obra de arte durante tres días delirantes.
Sin otras pretensiones que las de armar un pasatiempo ágil , que no sólo dispara la risa y los toques escatológicos en la esperada noche de descontrol, la película toma otro rumbo -y se vuelve más efectiva- cuando sumerge a los protagonistas en un mundo peligroso habitado por una banda rapera y dealers. Tampoco faltan a la cita un padre -Roberto Carnaghi- preocupado por su ya crecido hijo Alan, el vendedor de bienes raíces; una actriz porno -Eva de Dominici- que acude a la fiesta y se convierte en la principal sospechosa del robo y un asesino a sueldo que es interrumpido por los llamados de su esposa. Todo hace de La última fiesta un producto liviano, que alcanza buenos momentos, y tuerce su rumbo sobre la mitad del metraje para agregar más desenfado y delirio a la trama.
Nico Vázquez explota su carisma y lidera el trío, mientras que Alan Sabbagh -un rostro ya acostumbrado dentro del género- aporta gracia con su guardia de seguridad que sueña con convertirse en un dibujante, pero quien más se destaca es Benjamín Amadeo, con un Pedro divertido y situaciones que aquí no adelantaremos. El resto suma una persecución, un tiroreo y una vista al "cine dentro del cine" con un rodaje muy particular. Todo narrado al ritmo de la música tecno y con un frisbee que consolida un vínculo que parece eterno.