Para llorar más que reír
Cuesta encontrar un gag que despierte, al menos, una sonrisa. No da ni para reírse de la película.
Desde La fiesta inolvidable (1968) hasta Proyecto X (2012), pasando por Despedida de soltero (1984), las fiestas descontroladas son todo un subgénero dentro de la comedia americana. La última fiesta intenta trasladar esa tradición a la Argentina, tomando ideas prestadas de aquí, de allá y de más allá también. Ocurre que algunas de esas ideas ya están gastadas, otras requieren un timing que sólo los yanquis pueden lograr, y la mayoría de ellas ni siquiera resultaron graciosas cuando fueron filmadas por primera vez. Si a eso le sumamos una realización pobre, el resultado es penoso.
Como en Superbad y Proyecto X, aquí hay tres amigos de la infancia metidos en una fiesta que los lleva a situaciones disparatadas. Está el canchero –Nicolás Vázquez-, el perdedor gruñón –Alan Sabbagh- y el loquito –Benjamín Amadeo-, unidos desde la primaria. Con la excusa de que el gruñón acaba de separarse, el canchero organiza un bailongo que se desborda. Y es el disparador para el resto de la película, porque al día siguiente, entre los retazos de memoria que les quedan –aquí la referencia es ¿Qué pasó ayer?-, descubren que desapareció un cuadro que deben recuperar, porque la casa donde se armó la juerga no era de ellos.
Esa búsqueda los lleva a meterse en enredos forzadísimos, carentes de cualquier tipo de justificativo. Hasta el humor más absurdo o delirante necesita apoyarse en un guión sólido; con éste, los actores hacen lo que pueden. El que sale mejor parado es Sabbagh, mientras Vázquez la rema con tics francellescos y Amadeo queda anulado por un personaje infantil y una peluca lamentable. Los actores secundarios tampoco acuden al rescate de estos tres náufragos.
Cuesta encontrar un gag que despierte, al menos, una sonrisa. En cambio, los chistes fallidos abundan, y en todas las variantes: escatológicos –hay vómitos y mierda-, sexuales –se repite la aparición de penes de utilería, como si la película estuviera hecha por niños que ríen diciendo “culo, teta”-, físicos o paródicos. Sólo resta desear que el título se cumpla y que esta fiesta sea, de verdad, la última.