La última fiesta

Crítica de Matias Seoane - Alta Peli

Una mansión desocupada durante un fin de semana es la oportunidad justa para que tres amigos organicen La Última Fiesta, un evento que, como debe ser, se les irá de las manos y los meterá en problemas al día siguiente.

La fiesta inolvidable:
La última fiestaTres niños compartieron los deseos en un cumpleaños fallido, pero ya de adultos sólo a dos de ellos se les cumplió lo que pidieron y Dante (Alan Sabbagh), quien soñaba con convertirse en artista profesional, lo máximo que logró acercarse a su sueño es trabajando como guardia de seguridad en un museo donde puede indignarse a diario con los comentarios que escucha sobre las exposiciones que custodia. Como es esperable, la frustración que todo esto le provoca se filtra a su vida personal y su relación se resiente hasta que es forzado a volver a la soltería, dándole así a su mejor amigo Alan (Nico Vázquez) la excusa que está buscando para organizar una enorme fiesta en la mansión que un excéntrico millonario dejó libre el fin de semana. Para Alan no es importante que Dante no tenga interés en una fiesta, es la oportunidad con la que soñó por años y no se la va a perder. La mañana siguiente se despiertan en un estado lamentable pero confiados de haber vivido la fiesta de sus vidas, hasta que descubren que en algún momento de la noche alguien se llevó una obra de arte de la casa. Conociendo el carácter explosivo del dueño de la mansión, se embarcan en una misión desesperaba por recuperarla antes de que regrese de su viaje, aunque para eso necesiten relacionarse con absurdos y peligrosos personajes del bajo mundo.

¿Qué pasó ayer?:
La comedia siempre tiene un factor extra que complica cualquier análisis y es algo tan simple como que no todos nos reímos de las mismas cosas. La Última Fiesta es una película de género y como tal, tiene una meta bastante específica que cumple con bastante éxito y se mantiene dentro de las fronteras que el mismo estilo le marca. Su búsqueda es principalmente hacia un humor directo con pocas vueltas y no tiene pretensiones de contar una historia compleja ni de deslumbrar con actuaciones remarcables o una propuesta visual novedosa, por más que se mantiene en los límites de la corrección en todos esos campos durante toda la película. Nico Vázquez es el mismo canchero exagerado de siempre, Benjamín Amadeo es un Coqui Argento con problemas psiquiátricos y Alan Sabbagh hace un poco de contrapeso a sus caricaturizados compañeros poniendo algo de acidez al trío de protagonistas. Toda la primera parte de la película hasta que termina la renombrada fiesta es prácticamente una seguidilla de gags anticipables y escatológicos que ya vimos un centenar de veces, pero para los que nunca falta público.

Hay un pequeño pero interesante cambio de tono hacia el absurdo cuando se desata la búsqueda del cuadro perdido, agregando algunos ridículos personajes secundarios que, al menos para los que dejamos de verle la gracia a un borracho vomitando hace muchas repeticiones, resultan más carismáticos que los protagonistas. No dejan de ser caricaturas bastante unidimensionales pero no necesitan más que eso para robar alguna risa entre tanto rechinar de dientes, porque están bien construidos e interpretados y explotan con eficacia lo absurdo de sus personalidades.

A la película le siguen sobrando lugares comunes y la historia fluye a fuerza de algunos giros forzados, pero el mundo de La Última Fiesta es coherente en su ridiculez y se hace cargo de no tener intenciones de cuidar el realismo en una historia donde conviven un director de cine porno con muchas aspiraciones, una banda de músicos un tanto farsantes, un sicario vigilado por su esposa y un traficante de pocas luces pero que sabe hacer su trabajo. Y este punto me parece algo rescatable de la película: aunque claramente está dirigida a un público específico que se divierte con ese humor adolescente y poco rebuscado del que pueden empezar a reirse antes del remate porque ya lo escucharon una docena de veces, tiene una segunda capa paralela un poco más sutil que la puede hacer viable para otro público un poco más amplio. O al menos que no salgan indignados.

Conclusión:
Nadie va a ver La Última Fiesta por accidente y seguramente las opiniones van a ser polarizadas. Quienes disfruten del humor directo y escatológico definitivamente van a pasar un buen rato, pero quienes prefieran otra clase de comedia se van a quedar afuera y hasta van a sentir vergüenza ajena durante varias escenas. Todo esto me impide ser más duro con una película que seguramente no elegiría ver, porque más allá del gusto personal me parece innegable que cumple efectivamente con lo que se propone y promete.