Dirigda por Julie Bertucelli, esta adaptación de la novela estadounidense “Faith Bass Darling´s Last Garage Sale” (de Lynda Rutledge), nos presenta una interesante metáfora que siembra sobre nosotros, espectadores y consumidores de arte, una plétora de inquietudes que exceden la gran pantalla, para cobrar simbolismo existencial.
¿Cuánto atesoran de nuestra vida, verdad y realidad aquellas obras de arte que nos acompañan durante nuestra existencia? ¿No son esos preciados objetos, acaso, silenciosos testigos de experiencias, traumas, silencios y secretos inconfesables? ¿Qué valor intrínseco portan esas obras de arte tal y como si fueran pistas que descifran los sentidos de una vida? El simbolismo cobra una fuerza inusitada: en “La última locura de Claire Darling” las obras de arte son más que valiosos objetos de colección. Son las piezas de un gran rompecabezas. Son los pedazos de su memoria. Son el alma esa gigante mansión que habita, detenida en el tiempo.
Una soberbia Catherine Deneuve hurga en sus recuerdos crepusculares, como aquel inolvidable protagonista de la freudiana “Fresas Salvajes” (1956), de Ingmar Bergman. Esta búsqueda de la magdalena proustiana nos cautiva y nos interpela: ¿puede ser tan poderoso el simbolismo como para explicar el sentido (o la ausencia de éste) en una vida? ¿Cuál es el rol del arte, como silencioso testigo de esta familia disfuncional? ¿Qué sentido tiene esta bestial subasta de objetos preciados y poseedores de una huella afectiva imborrable?
El arte es un salto al vacío, actividad valiente repleta de imponderables y llevada a cabo, generalmente, bajo la total ausencia de cálculos. Ser artista es un riesgo, es saltar sin red. A veces también aceptar la propia historia y su designio. El arte es transgredir, resistir, avanzar, pronunciar. Entonces, el arte es reescribir la mirada sobre el mundo bajo la pulsión del propio sentimiento. Claire, acaso, reescribe su propia mirada. Intenta hacer las paces con su pasado. Si fuera un pintor, daría su pincelada final. Si el artista debe estar dispuesto a seguir los designios de su deseo y sin perseguir un fin mercantil, ¿qué lugar ocupan estos objetos olvidados, apilados y luego rematados? Preparémonos a contemplarlo, Claire está a punto de concebir su obra maestra.
Los mundos repletos de creaciones, donde el artista puede ejercer libremente su capacidad, están condicionados por los filtros del negocio del arte: galerías, museos y coleccionistas. El almacenar objetos bellos se refiere a lo que conocemos hoy como coleccionismo, una empresa que comenzó con gran éxito a partir del Renacimiento italiano, en el siglo XV. Prefigurando valores que determinan una noción cualitativa, el coleccionismo de arte en la actualidad predispone artistas seriados que producen y fabrican su arte para vender de modo masivo, sometiendo su sensibilidad a una necesidad mercantil. Aquí se encuadra la ecuación económica bajo la cual la dueña de casa planea su imponente subasta.
Una obra de arte, para ser considerada como tal, no puede prescindir de tres instancias: el artista, la obra en sí y el público. El artista y su creación necesitan invariablemente de un receptor, que complete el hecho artístico, participando activamente del proceso creativo. Y aquí la película nos ofrece una profundidad magnífica, si sabemos descubrir el velo de esas capas que subyacen, bajo lo que a primera vista observamos. Una obra de arte es un objeto poderosamente cargado de valores, ideas, conceptos y cultura. Incluso, a menudo, atravesada por las ideologías imperantes, reflejo de su tiempo. Estas variables prefiguran aspectos fundamentales del arte contemporáneo: engranajes imprescindibles dentro de los procesos interpretativos de una obra. Retorno a la pregunta inicial: ¿puede la insignificancia de un objeto convertirse en portadora de una verdad reveladora?
La colección de obras de arte de Claire Darling nos devuelve su eco trasladando propias experiencias y miradas del mundo a un territorio creativo pleno de significaciones. Espejo de su propia realidad y de recuerdos reprimidos, el arte codifica las experiencias de una vida otoñal atravesada por un delicado asunto familiar que Claire esconde en lo más recóndito de su memoria. Solitaria y corroída por la culpa Claire anticipó su finitud en este plano durante casi una y media de metraje. Un accidente (¿o no?) comprobará su profecía. Y un acto cotidiano se convertirá en la truculenta y cómplice mueca del destino.
La película necesitará, en la penumbra nocturna de esta mansión que -por momentos- nos recuerda a la palaciega morada final de Chales Foster Kane- de un desenlace poético que maximice la metáfora: la explosión será radical y literal. Aquí no habrá ‘Rosebudes’ que puedan explicar los porqués, sino objetos bellos volando por los aires.